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Este libro, una reedición, recoge ensayos e intervenciones de Diana Bellessi a lo largo de muchos años de leer y pensar la poesía. En ese sentido, se puede interpretar como la otra cara de la propia poética de Bellessi, la reflexión que acompaña la hechura de sus versos.
Resalta entonces sobre todo la construcción de una voz poética, una que quiere estar atenta a las cosas sencillas, una que se tiende como una escucha privilegiada de un mundo natural hecho de pequeños animales, de plantas, de detalles de la incidencia de la luz: ese es el entorno para una comunicación de la poeta con el mundo, sobre todo en la pequeña fauna silvestre del litoral tigrense, el lugar que eligió para guardarse en los años de la dictadura y que funciona como el locus de un aprendizaje de la vida, de la ternura, de lo musical como lazos con el ambiente y con lxs otrxs. Es también una voz que está atenta a la tradición de la poesía en lengua española (la gran tradición que introduce el dolce stil nuovo con Garcilaso tanto como a los poetas del barroco peninsular) pero también a los ritmos populares, los versos de arte menor, el estribillo y el diminutivo, como marcas de nuestras tierras (en las que nuestro abarca la experiencia latinoamericana) y de nuestras gentes, en su diversidad, su riqueza y también su desamparo.
La voz, entonces, busca hacerse pequeña, y esa pequeñez es la que le permite interactuar con el afuera de la poesía. Dice Bellessi: “Las tareas de esta voz: permanecer atenta a lo inútil, a lo que se desecha, porque allí, detalle ínfimo, se alza para ella lo que ella siente epifanía. Las tareas de esta voz: deshacer cristalizaciones discursivas de lo ‘útil’ y tejer una red de cedazo fino capaz de capturar las astillas de aquello que se revela”.
Se deja leer así una concepción poética que entronca con la utopía del Romanticismo británico (se puede pensar en la “Defensa de la poesía”, de Shelley) que, desde una posición ética, amorosa, levanta un ideal: el de que la poesía sea un refugio para alojar una experiencia humana íntima, que sea un reservorio de una dimensión humana no alienada, como lo definía Adorno en un artículo famoso, pero también que contenga, en su lengua misma, una revuelta permanente. Esa revuelta es un rechazo a lo que hay de cristalizado en las hablas oficiales, en el castellano homogeneizado o aplanado por las instituciones que, se sabe, proponen un monolingüismo como política de Estado o de clase o de género, pero también contra una idea de comunicación que disuelve lo más sabroso del uso del lenguaje: su capacidad de sorpresa, de juego, de pensamiento de sí mismo, de renovación.
La potencia de esta idea es seductora, e hilvana, en el libro, unida a la intuición de una dimensión misteriosa que sería inherente a la experiencia poética misma, las lecturas, la traducción, la escritura, las inclinaciones por determinadxs autorxs, y se yergue como potencialidad que se inscribe en la lengua y en su uso: lo poético sería el rasgo de la lengua, ese uso diferencial, que permitiría salir de lo trillado, desarmar las dominaciones, resistir el avance de la indiferencia, la crueldad, la instrumentalización, el consumismo. Y si la definición, en su tensión idealista, no abarca toda la poesía (puesto que hay poéticas oficiales u oficialistas, y porque hay poéticas que resisten aun descreyendo del misterio y de la trascendencia) abre una luz para pensar, siquiera por un rato, al recorrer un libro de poesía o asistir a una lectura, un afuera de los discursos atronadores de los medios masivos, de las redes sociales, de la costumbre, de lo que se repite sin prestar atención, para entonar, en una voz menor, un susurro que arma un lazo entre personas y construye un presente alternativo que tiende a imaginarse como futuro utópico o, al menos, espacio de resistencia.
Diana Bellessi, La pequeña voz del mundo, Caballo Negro, 2023, 150 págs.
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