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Carlos Monsiváis propuso una sutil variante a la raíz que guiaba los melodramas. La consigna “se sufre pero se aprende” viró hacia el ascetismo del “se sufre porque se aprende”. En la obra narrativa de Francisco Bitar, no hay una estetización de la desdicha, tampoco se vislumbra una búsqueda de empatizar o generar complicidad, mucho menos se manifiestan gestos hiperbólicos hacia la emotividad. Quizás el rasgo más melodramático tenga que ver con el desencuentro amoroso como núcleo, pero, lejos de producir un quiebre o una barrera, pendula en distintas inflexiones donde el sufrimiento y el aprendizaje se tocan.
Cerro, el protagonista de La preparación de la aventura amorosa, sueña, de pequeño, que ve cómo atropellan a su madre enfrente de su casa. La trama, de alguna manera, acompaña la reescritura de ese condicionamiento: “De aquí en adelante, por cada vez que se enamore, ya sea hacia el esplendor de la juventud, ya sea durante la vida adulta, el mensaje que venga de su interior será el mismo: todo nuevo amor, incluso toda posibilidad de nuevo amor, se verá amenazado por la sombra agónica de su madre”. Cada decisión molecular, en la obra de Bitar, tiene su razón de ser. El epígrafe, firmado por Edgar Yepez, resalta que “formatear el pasado es menos armar un rompecabezas que diseñar cada pieza en su geometría y contenido parcial”. Unos años antes, a propósito del volumen de relatos Acá había un río, Bitar decía que “el pasado es el lugar adonde ir a buscar lo que en su presente falta”.
La textura fragmentaria, se sabe, impone un modo de lectura, o en el peor de los casos se adapta a un modo de leer epocal. En Bitar, el fragmento produce un quiebre, un blanco que, en algún punto, desorienta y marca distancia. En un ápice de la novela, se ven las primeras inseguridades de Cerro; en el otro, la conformación de una familia. Sin embargo, pese a la institucionalización del vínculo amoroso, no hay un orden lógico ni una ilusión de completud: aparece, también como una sombra onírica, la presencia del primer amor. La rumiación se vuelve un impulso, el fragmento, una secuencia. “El único lugar que ofrece consuelo es la calle”, dice el narrador. En ese vagabundeo citadino se despliega la búsqueda de Cerro, que no sólo se ensimisma en un amorío pretérito sino también en el intento de darle caza a su carácter fugitivo.
¿Nunca has soñado vivir dos vidas simultáneas, pero de una forma completa y perfecta?”, dice Éric Rohmer en una de sus películas. Al menos en forma lateral, la novela tiene algo de los cuentos morales, expone las conspiraciones en el idilio, los encuentros fortuitos, las incomodidades cotidianas, la forma en que cada uno habita la falta, y ya que no es posible hablar de la escritura de Bitar sin pensar en imágenes, intenta catalizar gestualidades en un fuera de campo que siempre desestabiliza.
Francisco Bitar, La preparación de la aventura amorosa, Tusquets, 2021, 192 págs.
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