LITERATURA IBEROAMERICANA

Bajo la profusión del lenguaje, a través de las hipérboles y los neologismos, persiste una sola certeza: Cobra, la travesti estrella del Teatro Lírico de Muñecas, daría lo que no tiene para achicar sus pies. La novela brota de ese enunciado, lo que el lector podría tomar como un surco argumental, un asomo de permanencia, el motivo al que se retornará de tanto en tanto, si no fuera porque el autor es Severo Sarduy, perito neobarroco en el arte de curvar expectativas.

Publicado originalmente en los años setenta, nutrido por la expresividad poliédrica de quien se percibía como el único sucesor genuino de José Lezama Lima, Cobra es un libro bífido, integrado por dos secciones que se combinan en un tercer cuerpo que las une y las diferencia. Una tiene lo que a la otra le falta, a la jungla la acosa el desierto y el humor de piringundín se deslava en un orientalismo sombrío, que asfixia la risa. Sarduy no viaja hacia ningún clímax, no al menos en un sentido esperable, sino que el clímax es apenas otra etapa de una transición eterna.

“Cobra I” empieza con el oprobio pédico de la protagonista y una enumeración de tratamientos grotescos e infructuosos, casi una excusa para el despliegue arbóreo que siempre caracterizó la prosa del cubano ―“apoteosis de la redacción”, la llamó César Aira― y la metamorfosis de la lectura en una fiesta donde todo se excede y se derrama, y donde sin embargo nada sobra. El Teatro Lírico de Muñecas es uno de esos espacios kafkianos de fachada desabrida e interior infinito, interminable hacia adentro, que reúne a madamas brujas, gólems borrados de la trama casi tan rápido como llegaron a ella, compañeras que se reservan sus propias transformaciones y oscuros patovicas venidos de regiones inciertas. Todo cabe en el prostíbulo de Sarduy mientras los pies de Cobra se niegan a la jibarización y eso que no se deja moldear deriva en sacrificios que tampoco rubricarán el final de nada.

Esto último se recalca en “Cobra II” hasta el agotamiento. Cuántas mutaciones son necesarias para tomar por fin el camino blanco, cuántas estaciones hasta la definitiva: la reverberación de preguntas impone otra Cobra, una que ahora es otro y al que una banda de taxiboys introduce en las enseñanzas de un buda marginal. La carne se libra a la podredura de los ritos y el estilo ya no baila ni se contorsiona. No hay más fiesta, o lo que hay es una fiesta sin música, sin los coloretes de la palabra, que señala una dirección sin agregar más indicaciones. Desde la iniciación hasta el diario indio ―que suele ser publicado en ediciones independientes, como si atesorara una misión propia, tan o más espiritual que literaria―, desertando la narración por abstracciones que pronuncian el ripio elegido a media marcha, Sarduy prepara sus arcanos para trascender a una verdad más valiosa que cualquier otro proyecto.

Severo Sarduy, Cobra, Cuneta, 2023, 216 págs.

29 Feb, 2024
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