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Entre las aclaraciones de la editorial Dos Bigotes a sus lectores una dice que “está especializada [en] temática LGBTI, feminismo y género”; otra afirma que sus libros aportan “nuevas formas de observar la realidad”. La primera afirmación es totalmente cierta y basta echar un vistazo a todo su catálogo para ver que se respeta a rajatabla. La segunda es cuestionable en tanto y en cuanto uno lea Haz memoria, de Gema Nieto (Madrid, 1981), novela en la que se trabaja una temática “familiar” plasmada en la vida de un grupo de mujeres durante y después de, cuando no, la Guerra Civil Española. Es como si gran parte de la narrativa de ese país no pudiera salir aún del atolladero simbólico en el que los sumió la guerra (al igual que, en la versión vernácula, parte de la literatura argentina no puede dejar atrás la Guerra de Malvinas o la última dictadura militar). No quiere decir que con esos temas no se puedan escribir buenas novelas (pienso en Soldados de Salamina, de Javier Cercas, y en Los pichiciegos de Fogwill como ejemplos de resolución elegante –en el sentido matemático o ajedrecístico del término– y creativa), pero para hacerlo hay que disponer de un control muy alto sobre la materia en la que se trabaja en vías de sostener al lector y no perderlo en una serie de referencias que, a fin de cuentas, pueden resultar irrelevantes.
A su modo, Nieto propone echar luz sobre el pasado (“haz memoria”) para darle un presente significativo a la nieta de La Rusa, quien, a través de una relación, llamémosla “sensorial”, establece un vínculo con su historia familiar y sobre todo con la casa. Mucho se ha hablado de los tintes lorquianos de la novela, aunque pervive de igual forma (o en mayor medida) un aire del Mujica Láinez de, precisamente, La casa (1954). En Haz memoria no es la casa quien habla, pero logra manifestarse constantemente como ente autárquico: en los recuerdos de la nieta, en su configuración espacial y en lo que resta de ella como representación concreta de las ruinas sentimentales. Si su rol es de testigo y fantasma, el de La Rusa es el de monstruo, de personaje mitológico de los años de la guerra cuya decisión cambió el rumbo de los acontecimientos.
El otro personaje de la tríada de mujeres es Clara (de nuevo la luz), quien va cobrando protagonismo a medida que avanza la trama: a partir de que se revela la relación de amor que sostuvo con la hija mayor de La Rusa, la tensión del relato es llevada al extremo (aquí es donde Nieto saca lo mejor de sí), y vira al diario como género. En los cuadernos que la nieta encuentra entre otros documentos, descubre que La Rusa ha denunciado a Clara a las autoridades buscando destruir esa relación.
El cierre de la novela, moralizante en sumo grado, se detiene en la maldición de la madre de Clara a los descendientes de La Rusa por haber sido quien entregó a su hija. Aquí el relato decae con el intento de ofrecer una enseñanza o una reflexión que reconforte al lector, dejándole un sabor de boca un tanto amargo: por un lado está la sensación de que es plausible contar una historia de amor lésbico en tiempos revueltos, y por otro la de que no hay modo (al menos en Haz memoria) de librarlo de consecuencias deletéreas para con su Zeitgeist particular.
Gema Nieto, Haz memoria, Dos Bigotes, 2018, 188 págs.
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