Otra Parte es un buscador de sorpresas de la cultura
más fiable que Google, Instagram, Youtube, Twitter o Spotify.
Lleva veinte años haciendo crítica, no quiere venderte nada y es gratis.
Apoyanos.
Pedro Lemebel viaja a los treinta y cuatro años a Buenos Aires. Entonces su figura de escritor aún era una ideación. Acababa de publicar un volumen de cuentos que autoeditó bajo su nombre de pila: Pedro Mardones (Lemebel es el apellido materno). Pasó desapercibido. Lo vendía mano a mano, y no fueron más que sus amigas feministas las que lo aplaudieron. El resto, silencio. Lo trataban de “estrambótico”, “tremendista”. Para alimentarse, vendía bisutería, poleras y posters en los alrededores del Obelisco. Ya la poeta Carmen Berenguer le había suministrado una dosis de barroquismo prestándole libros de Lezama Lima y de Sarduy, pero fue en Buenos Aires donde la poesía de Perlongher, la narrativa de Puig y de Copi fueron metabolizadas por su muñeca. Modificó su letra. No residió mucho, no más de un año. Al volver a Chile, escribió el texto “Manifiesto: hablo por mi diferencia”, que vociferó toda su vida y que lo impulsó a cambiar de género. El cuento para él estaba clausurado, la crónica de sí mismo era su medio ambiente.
Es interesante que Óscar Contardo, periodista y autor de dos libros a estas alturas fundamentales sobre la idiosincrasia chilena (Siútico, de 2008, y Raro, de 2011), utilice el formato del “retrato” y no de la biografía. No se halla en este libro ese relave de datos y cronología unidireccional propia de las últimas, sino escenas en las que Lemebel posa y es situado en el centro de una fotografía que en su momento no fue más que evasiva con él. La potencia gravitante de su personalidad junto a la mitificación de sí mismo acompañan la lectura como si el libro fuese escrito por Contardo e inmediatamente comentado por el aludido, echando mano a entrevistas y fragmentos de sus propios libros. Porque la vida de Lemebel es, en rigor, no parte de su obra sino el yacimiento de toda su literatura. De sus excesos, desilusiones, problemas económicos y familiares, extrajo algún texto que denominó “crónica”, pero que siempre tuvo la ficción de su lado con el fin de propiciar el derrame de una lengua preciosista, saturada, dulzona, hasta ese momento en estado gaseoso, vernácula. Jamás fue su preocupación lo verídico.
Cuando Lemebel llegó a Buenos Aires en 1986 ni siquiera se consideraba artista. Al retornar es que conoce a Francisco Casas e inaugura el mundo de Las Yeguas del Apocalipsis, esa dupla performática que intervino en la escena cultural de la ochentera dictadura, traumatizándola. Contardo consagra buena parte del libro a rastrear esa etapa previa, oscura si se quiere, nada glamorosa, de un Lemebel que vive con sus padres, labura poco y mal como profesor de artes, y resiente todo el calvario de una sociedad meritocrática y homófoba. Sabemos que no siempre los flashes irradiaron su rostro y que forjó su voz para que no temblara en escena.
Son estos materiales inéditos de su biografía los que, por contraste con su obra publicada en vida, le ofrecen en este retrato otro espesor y complejidad a la persona Lemebel, no ya personaje. Como tras bambalinas, se ven las estrategias de las que echa mano para generar un mito y cómo sus modos de relacionarse en un ambiente cultural siempre adverso, si bien espantaron a mucha gente, a su vez allanaron su pasarela personal que lo visibilizó más allá de Chile, obteniendo la bendición de Carlos Monsiváis en México, performances en Nueva York, exhibiciones de arte en Italia o la posibilidad de ser publicado en la española Anagrama, editorial top a fines de los noventa. Todas victorias matizadas con muerte, desamor y frívola locura. Al acabar el libro, uno alberga su figura en la memoria con otro cariz, no sé si veraz, aunque de todos modos más humana.
Óscar Contardo, Loca fuerte. Retrato de Pedro Lemebel, Ediciones Universidad Diego Portales, 2022, 280 págs.
La obra Duque del peruano José Diez-Canseco, publicada originalmente en 1934, debe leerse como un hito que fulgura en las letras no sólo peruanas, sino regionales y...
Después de la década de 1950, dice Carlos Monsiváis, el muralismo mexicano se traslada a los barrios chicanos de Estados Unidos. El stencil que ilustra la portada...
El hundimiento de un país deja ruinas y cascotes que tienen nombres propios. En el caso de Venezuela, son los nombres de las mujeres que perdieron a...
Send this to friend