LITERATURA IBEROAMERICANA

Las ciudades marginan, pero no expulsan. Necesitan de la gente apretada contra sus costuras; la necesitan invisible mientras cumple con los trabajos asignados y sus vidas desprenden polvo, el piñen del que habla el libro de Daniela Catrileo. En tres relatos de corte panorámico, la autora chilena espesó todas las deudas, los agravios materiales y simbólicos, la bruma identitaria, el desprecio que viaja del centro hacia las afueras, la violencia sobre los cuerpos y la paraplejía colectiva que domina los suburbios donde las comunidades mapuches han terminado por afincarse.

Piñen —palabra procedente del mapudungun, lengua que resiste mientras el castellano la marida a la fuerza— tiene una connotación desdeñosa: resalta lo sucio, lo que un pueblo expele en su ambular por tierra extranjera. Santiago no es una ciudad propia, no puede serlo, sea porque la ciudad misma no permite la diferencia sin rebajarla, sea porque la casa verdadera es anterior y ya se ha perdido: “Santiago para nuestras familias significó un pedazo de suelo donde crear algo parecido a un hogar. Intentaron construir una vida y tacharon otra. Encontraron un trabajo, trajeron a sus hijas e hijos, abandonaron la lengua y lo poco que tenían: animales, pequeños cultivos, sus rukas. Imaginaron que cerca del Huelen y el Mapocho podrían tener un segundo nacimiento donde se levantarían desde los escombros. Pero eso no sucedió, fueron desalojados. Desparramados a los suburbios de la waria”.

Para revertir el ultraje, exhortar el lazo preternatural entre polvo y suelo, Catrileo nutre la vida en los monoblocks con enigmas que crecen entre paredes y vestigios de una inmigración que resuena bajo las balaceras y el tráfico de drogas. Todos estos elementos se reúnen en los dos primeros relatos, “¿Han visto cómo brota la maleza de la tierra seca?” y “Pornomiseria”. En los pasillos, cada familia encubre ingredientes para levantar su propia novela gótica —hay incesto, varios tipos de abuso y daño, crímenes impunes, mala gestión de la religiosidad—, pero la autora aspira a rescatar la pureza malograda en cada anécdota que agrega, como si buscara probar que lo que salió mal y continuó peor no necesariamente tuvo un origen semejante. Se trate de Pancho o de Valeska, el prisma es el del avance del tiempo. Antes que exponer hechos aberrantes o delictivos, ambos cuentos presentan itinerarios, maneras de lidiar con la pobreza y la brutalidad, un sistema que Catrileo refina en “Warriache”, relato final que entrelaza los caminos de Yajaira y la narradora, amigas de la misma extracción que a lo largo de décadas se distancian y se reconcilian mientras abordan, cada una a su modo, la cuestión de la ascendencia.

En este último texto reside, también, una dialéctica que permea el libro entero. Junto con la militancia mapuche, la defensa de los saberes autóctonos y la memoria oral cada vez más frágil, surgen como hongos referencias generacionales más bien ubicuas, que no aluden a ninguna raíz en particular: la deuda CAE, El rey león, The Cure, las Spice Girls, la Concerta. Avatares de un cruce que nadie solicitó, residuos de una modernidad impuesta que describen un vejamen bastante menos capilar. Tiene sentido: de una forma u otra, amén de la tradición, en el Chile de la posdictadura o en cualquier otro país latinoamericano, el enemigo es el mismo para todos.

 

Daniela Catrileo, Piñen, Las Afueras, 2022, 128 págs.

 

15 Feb, 2024
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