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Toda una genealogía en materia cuentística ―que se remonta, por lo menos, a mediados del siglo XIX― prescribe un puñado de formas relativamente persistentes que hemos sabido consumir, disfrutar y, sobre todo, reconocer. La brevedad, la economía de los caracteres, la tensión creciente, los golpes de efecto, los vuelcos de timón representan algunos de los recursos que todo lector del género aspira a desentrañar, más tarde o más temprano, en su recorrido por el texto. Cuando hablamos de los cuentos de la norteamericana Deborah Eisenberg (Illinois, 1945) hablamos, sin embargo, de otra cosa.
En La venganza de los dinosaurios ―publicado por Chai, que encara así una nueva selección de los cuentos, luego de Taj Mahal (2020) y de Relatos (2022) ― se percibe una clara flexibilidad formal, cierto estiramiento que, más allá de la extensión de las historias, roza con un interés caro a la novela: el desarrollo y la transformación de un personaje; es lo que ocurre, en mayor o menor medida, con algunos de sus protagonistas. Por caso, la joven Patty del desopilante “Peligros como estos”, que se muda a la gran ciudad para afrontar la lucha y el esfuerzo que supone una vida adulta; Laurel, la adolescente de “Cómo era verse con Chris”, quien, al tiempo que visita al oftalmólogo por un problema creciente, deberá apañárselas para ver en un retorcido pretendiente un abusador en ciernes; o Jill, la esposa y madre burguesa de “El robo”, que rodeada de amistades hipócritas e investida de un imaginario dudosamente progresista dilucidará qué clase de hombre tiene por esposo. Parafraseando a Clarice Lispector, estas mujeres sufren la revelación de que toda comprensión final implica una profunda incomprensión.
A lo largo del libro, Eisenberg porfía en un sutil socavamiento: el del campo familiar, minado de tensiones, problemas y desgastes, que lo convierten en una urticante zona de conflicto. No contenta con ello, en La venganza de los dinosaurios (que traza en la hechura de sus relatos un arco temporal de 1987 a 2006) proyecta ese peligro sobre la ciudad ―una ominosa Nueva York, previa y posterior al 11 de septiembre― e, incluso, sobre el país. Las fronteras estadounidenses que se abrieron, relativamente amables, a la inmigración del siglo pasado se militarizan ahora, y la paranoia militar y civil gana la escena. La amenaza del otro, entonces, llega de afuera, porque a su vez está enquistada en el propio Estado, en la propia ciudad, en la propia familia.
Una mención especial merece la traducción de Matías Battistón, cuya muñeca y oído, hábiles a la hora de ecualizar una lengua tan elaborada como próxima, rioplatense, no se dejan engatusar por el voseo ni las inmediateces regionalistas. El cinismo, la hipocresía, la violencia, la denigración, el humor y el miedo que nos impregna Eisenberg suenan, así, extrañamente cercanos; y nos recuerdan, a la vez, que todo lo que se pudre no sólo forma una familia: también configura un país.
Deborah Eisenberg, La venganza de los dinosaurios, traducción de Matías Battistón, Chai Editora, 2023, 224 págs.
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