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Bailarinas

Yasunari Kawabata

OTRAS LITERATURAS

En el primer episodio de Bailarinas, dos viejos amantes se bajan de un taxi y recorren de noche el jardín del Palacio Imperial hasta que llegan al cruce de Hibiya, donde el foso hace una curva. Ella le señala un pez carpa que se mantiene bajo la superficie. Las ramas de los sauces le caen sobre la cara, las aparta para ver mejor. Algunas hojas se desprenden y van a parar al agua amarillenta. La basura se acumula en ese recodo y el fondo se eleva con un manto de hojas muertas. Él también se inclina para ver el pez iluminado por las luces de la torre de control, pero enseguida retrocede y la observa a ella de espaldas. La falda negra le marca la cadera y las piernas de bailarina. La estética de toda la obra de Kawabata puede condensarse en esa imagen bella y triste.

Ella se llama Namiko; él, Takehara. Son amantes desde hace más de veinte años. Quizá hubo un tiempo en que Takehara podría haberle pedido a Namiko que dejara a su esposo y lo siguiera, pero entonces estaba convencido de que la felicidad de ella sólo era posible dentro del matrimonio, con sus hijos. Ya no cree lo mismo.

Bailarinas se publicó por entregas (como País de nieve, como Mil grullas) en el Asahi Shimbun, uno de los diarios más populares de Japón. Se editó por primera vez como libro en 1955. A pesar de que Kawabata es probablemente el escritor japonés más querido fuera de su país, debieron pasar casi sesenta y cinco años para que podamos leer este libro en castellano, en la traducción de Amalia Sato y Mami Goda. Bailarinas cuenta la historia de una familia tipo —madre, padre, hijo, hija— que se desintegra mientras lucha por encontrar su lugar en una sociedad que cambió para siempre.

Es fuerte la tentación de emparentar Bailarinas con La bailarina de Izu, una obra de juventud de Kawabata. Treinta años las separan, y esa familiaridad en los títulos mueve a la nostalgia y la asociación. ¿Cómo resistirse a la idea de un Kawabata adulto revisitando sus propios temas, con la sabiduría que trae la edad? Pero esa cercanía quizá sea ilusoria; para empezar, no existe en los títulos japoneses: Maihime, en este caso; Izu no odoriko, en el otro. Tanto maihime como odoriko significan lo mismo. No hay demasiados matices ahí, y sin embargo Kawabata optó por palabras sonoramente muy diferentes.

Lo que en La bailarina de Izu se presenta como la travesía de un estudiante por Izu, con un narrador en primera persona que persigue a un grupo de artistas itinerantes por montañas y bosques vírgenes, a través de los matices del otoño en los valles profundos, en Bailarinas es pavimento y la gran urbe, el Tokio de la posguerra y la rendición, con una madre que sacrificó su felicidad por su hija y que ahora anhela verla convertida en bailarina, su propio sueño incumplido.

Sabíamos qué pensaba Kawabata del viejo Japón. Lo que no habíamos leído hasta hoy en sus novelas era su visión de la guerra. Bailarinas viene a llenar esa laguna. “Japón perdió la guerra y la belleza de su corazón se arruinó”, le dice Namiko a Takehara.

Desde luego que la guerra es apenas un escenario sobre el que se desarrolla la trama. No hay que buscar ningún énfasis en la prosa de Kawabata. El terreno de Kawabata es siempre silencio y alusión. Le basta a veces con mencionar que las banderas de Estados Unidos y de las Naciones Unidas ondean a media asta en el jardín del Palacio Imperial, o que Nagasaki dejó ochenta mil muertos.

La guerra es también una unidad de medida en este nuevo tiempo. Al principio de la guerra se vendían muy bien las telas de colores vivos; después de la guerra, el maestro Kayama se deprimió y no volvió a bailar, pero asiste de incógnito a las funciones en el teatro imperial. Antes de la guerra eran inconcebibles las confesiones entre amigas, esas charlas íntimas sobre amantes que apasionan y esposos que obligan a la resignación. Bailarinas habla del misterioso abismo que crece entre hombre y mujer cuando se vuelven esposo y esposa.

En el funeral de su amigo y maestro, el escritor Riichi Yokomitsu, Kawabata fue el encargado de despedirlo. “Nuestro país está roto”, dijo, “y siento que mis huesos expuestos se quiebran bajo el cielo helado, ahora que te he perdido como mi columna espiritual. Tus huesos también se quebraron con esta nación rota. ¿Cuánto lastimaron esta guerra, y la derrota, a tu mente y a tu cuerpo?”. Esas palabras resuenan en las imágenes de la guerra que recorren esta novela.

 

Yasunari Kawabata, Bailarinas, traducción de Amalia Sato y Mami Goda, Emecé, 2019, 224 págs.

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