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La ciudad y la ciudad

China Miéville

OTRAS LITERATURAS

Imaginemos un lector que pasó por alto la contratapa del libro, que no está enterado del argumento, que no sabe quién es ni qué ha escrito China Miéville. Es posible que a ese lector despistado las primeras páginas de La ciudad y la ciudad le resulten un tanto decepcionantes. Ya son demasiados los inspectores que narran su arribo a la escena del crimen. Casi siempre un sargento les alcanza un café humeante y casi siempre el cadáver es de una mujer. Aunque las descripciones de las heridas suelen ser suficientes para saciar la cosquilla del morbo, la víctima todavía conserva una belleza que al inspector se le hace irresistible. Hay comentarios mordaces a cargo de un forense, la intromisión de un periodista gráfico y la sospecha de que el asesinato atesora resonancias —a menudo políticas— mucho más amplias y terribles.

El comienzo de La ciudad y la ciudad no deja cliché sin explotar. Parece a propósito, y tal vez lo sea. Miéville usa el policial como un envase que se desbarata un segundo antes de adquirir una forma definitiva. No es el único género que recibe este tratamiento: la novela conecta con la ciencia ficción, con el thriller y hasta con las tramas de espionaje. La prosa avanza a partir de una fusión constante y desprejuiciada, método que gana espesor al procesar elementos cercanos a la literatura fantástica, territorio en el que el autor inglés desarrolló la mayor parte de su carrera.

La acción transcurre en dos ciudades gemelas, una versión radicalizada de metrópolis reales como Budapest, Jerusalén y la Berlín de la Guerra Fría. Los orígenes milenarios de Besźel y Ul Qoma impiden confirmar si en un principio fueron la misma ciudad o si crecieron tanto que terminaron superponiéndose. La comunicación entre ellas está reducida a una diplomacia mínima. En las zonas comunes, donde la semejanza arquitectónica invisibiliza la frontera, los habitantes de una están conminados a “desver” a los de la otra. También deben desoír sus conversaciones y evitar cualquier otro tipo de contacto. El castigo por incumplir estas leyes es ser abducido por la Brecha, una entidad arcana y suprapolicial que se activa no bien detecta una intrusión. Nadie sabe qué es ni a quién responde. Un ulqomano invade Besźel —o viceversa— y la Brecha se presenta en la forma de una nube eléctrica y susurrante. Brota el pánico, los testigos escapan corriendo. Para cuando la nube se dispersa, del infractor ya no quedan rastros.

El inspector es beszeliano, la mujer asesinada una extranjera. Los capítulos que siguen acopian personajes, más muertes, sectas unionistas, ministros corruptos y promesas de un descubrimiento que explicará de qué va todo.

Traducida con no pocos españolismos por Silvia Schettin, en sus mejores pasajes La ciudad y la ciudad se aproxima a esas novelas de género que le gustaban a Borges. Su trama se vuelve corrediza y extraña, se disloca de la fórmula sobre la que se asienta su premisa, y el ejercicio de imaginación que la impulsa se potencia hasta dar la impresión de no tener límites. Será tarea de cada lector decidir si el tercer acto entrega un cierre a la altura, si tal enigma merecía ser revelado o no. A veces lo que se guarda en la sombra, la nube que llega y se retira con su misterio intacto, es lo único que separa las buenas ideas de las verdaderamente formidables.

 

China Miéville, La ciudad y la ciudad, traducción de Silvia Schettin, Nova, 2018, 400 págs.

7 Mar, 2019
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