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Katharina Kepler tiene más de setenta años, es viuda, analfabeta, independiente y prepara pociones medicinales. Vive en un pueblo alemán llamado Leonberg. Es el siglo XVII. Una vecina la denuncia por haberle envenenado el vino y la acusación de bruja prende en el resto de la población como una chispa en ramas secas. La historia es real: en ese mismo lugar otras quince mujeres fueron denunciadas en la misma época, y ocho de ellas ejecutadas luego de una seguidilla de juicios iniciados en 1615 por el alcalde Lutherus Einhorn.
Su vecino y amigo, que actúa como su tutor legal (requerimiento de la época para las mujeres que debían dirigirse al ayuntamiento), escribe por ella, no sólo para defenderla de quienes la juzgan; también escribe su historia, como un amanuense, igual que su hija Greta; para lo cual incorpora transcripciones del juicio, documentos y cartas, incluso las de su hijo, el astrónomo Johannes Kepler, matemático imperial, que se ocupó de la defensa de su madre.
Pronto, otros vecinos usan a Katharina como chivo expiatorio de cualquier problema que tienen o hayan tenido. Los testimonios se acumulan porque de repente todo Leonberg concuerda en que siempre supieron que ella era una bruja, con el argumento de que esta señora mostraba una actitud un poco masculina (era independiente y trabajaba su campo), una mirada fuerte, opinaba sin reparos (y acaso con sarcasmo), era excéntrica en su modo de vestir y de comportarse y, sobre todo, contaba con un sentido del humor ácido. ¿Cómo se dan cuenta de que es una bruja? Es simple: ya lo sabían. La razón es la pura envidia. A muchos vecinos de Leonberg les da rabia que a los hijos de Katharina les vaya bien (sobre todo al astrónomo) y lo eficiente que es ella administrando sus posesiones. Durante los catorce meses que pasa en prisión, amenazada con la tortura, sus adversarios le malvenden la casa y el campo que ella misma trabajaba para pagar su encarcelamiento y para que sus supuestas víctimas obtengan una reparación económica.
La novela de Galchen es una muestra genial de cómo los seres humanos nos convencemos de lo que sea con tal de no enfrentar nuestros miedos o reconocer cómo nos opaca el brillo ajeno. También, de la maleabilidad de la verdad, algo actual tanto en Estados Unidos, donde vive la autora canadiense, como en la Argentina.
La novela, traducida por Daniela Betancur, es inteligente, cómica, aguda y deja al descubierto la potencia de una calumnia que empieza a circular y ya no puede ser detenida. La lectura invita a compadecerse de la protagonista, que experimenta una pérdida tras otra, pero sale adelante. Es época de plagas y de alta mortalidad infantil y femenina: mueren hijos y nietos debido a enfermedades de origen desconocido. En ese siglo, mientras se alcanzaban descubrimientos científicos como los del hijo de Katharina —que revolucionó la astronomía con su revelación de las leyes del movimiento planetario—, la mayoría de la gente aceptaba lo que le sucediera y a falta de otras explicaciones lo atribuía a causas sobrenaturales.
Si hoy llamamos “caza de brujas” de un modo figurado a las campañas contra alguien percibido como enemigo sin que importe que su falta sea verdadera, es porque hubo un tiempo, como el de esta historia, en el que la expresión tuvo una base real, cuando se perseguía a mujeres consideradas peligrosas por sagaces y resueltas en terrenos de exclusivo dominio masculino.
Rivka Galchen, Todo el mundo sabe que tu madre es una bruja, traducción de Daniela Betancur, Fiordo, 2022, 304 págs.
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