Otra Parte es un buscador de sorpresas de la cultura
más fiable que Google, Instagram, Youtube, Twitter o Spotify.
Lleva veinte años haciendo crítica, no quiere venderte nada y es gratis.
Apoyanos.
Una catacumba a cuarenta centímetros bajo el nivel del suelo se distancia dos escalones de la planta baja, del piso cero. Una fosa que se aloja en la pequeña sala de paredes oscuras en Tamañoficio, casi sin luz. En El orden de las virtudes, Rocío Valdivieso distribuye retazos de diferentes placas, piezas y materiales en la oscuridad. Formas ovaladas y geometrías simples: sebo de vela y parafina, sobrantes de hierros, una pared de lijas superpuestas como escamas, un jabón blanco ahuecado para hacerse alhajero. Como las pesadillas de una ferretería. Las ensoñaciones del sepulturero.
Cuando hace más de un siglo León Bloy escribe La sangre del pobre, discrimina las tipologías de dos espacios terrenales que tocan lo eterno: el cementerio de los ricos y el de los pobres. Injuria y maldice la necrópolis de fastuosos mausoleos revestidos en mármol, bronce, oro y joya, al tiempo que describe enamorado los crucifijos hechos de dos ramas anudadas con tiento. Los materiales elegidos por la iglesia para representar la gloria del cielo eran una ofensa para Bloy, quien veía en la carne desnuda de pobreza y hambre la expresión más bella del sacramento de Dios, mientras el lujo no era sino maquillaje para disimular la tentación y el pecado.
Aunque el rumor del tiempo dice otra cosa.
Una etimología popular asegura que el término “sincero/a” tiene su raíz en la unión de dos partes: sin-cera, lo que vendría de la época clásica, cuando el mármol era ineludible para la escultura. Un buen bloque de mármol era asimismo bello y verdadero. Un mal bloque tenía grietas que se disimulaban con cera. Entonces, la pobreza que impedía adquirir una bella pieza de mármol, empujaba a lxs escultorxs al ocultamiento, la mentira y por tanto al pecado, mientras la riqueza era la virtud de poder acceder a la verdad.
Hoy en día las marmolerías se encuentran únicamente en los alrededores de los cementerios. El mármol es un material que ha ido abandonando el arte para quedar recluido casi por completo al ámbito fúnebre. Es usual ver en las veredas de las marmolerías los segmentos de descarte de las placas, luego de que se recortaran las formas que tienen salida comercial.
Al costado del Cementerio del Oeste y frente a una marmolería en Tucumán, una gruta precaria parasita el camposanto de los ricos. Mate Cosido, bandolero tucumano que robaba a ricos para repartir entre pobres, fue muerto en los murallones de ese cementerio, pero su cuerpo fue trasladado y enterrado en el de los pobres, donde su tumba se ha transformado en un gran santuario pagano, lleno de ofrendas y peticiones. ¿Será posible pensar en el parentesco de esas marmolerías que rodean el Cementerio del Oeste y el sebo de velas que se acumula a borbotones en la gruta donde fue fusilado Mate Cosido? Lxs ricxs podrían decir que la cera que reviste la gruta de Mate Cosido no hace más que mostrar su origen pecaminoso, como una especie de devoción-castigo, de celebración que echa tiros por la culata.
Muchas veces se ha asociado el museo al mausoleo, pero Valdivieso —siguiendo la leyenda del robin-hood-tucumano— señala que casi cualquier cosa puede ser un museo, como cualquier cosa puede ser una tumba. Sólo necesita que se exhiba o estanque el tiempo.
Valdivieso trasiega las verdades para ubicarlas donde las mentiras, y viceversa. No toma un mármol que necesita de la cera para ocultar sus imperfecciones, sino que construye piezas de una materia que encarna la pura mentira o que corporiza el pecado: cera y parafina. Si el mármol ha aprendido a emular con una belleza increíble los pliegues de las telas, las hebras de las plumas de las aves, las pupilas de los ojos, la irrigación de sangre en las venas de las manos, esta artista se le acerca desde sus puntos débiles, sus grietas, no para competir con su capacidad mimética, sino para encontrar parientes del material mismo. Y una cosa lleva a la otra: si el mármol y la cera comparten una blancura satinada y noble, la cera y el jabón comparten lo viscoso y grasoso como destilados de secreción animal.
Con esos oropeles metalúrgicos o esos mármoles saqueados a la ilusión, Valdivieso se pregunta por el tamaño —o la dimensión o la envergadura— de los oficios. El desarrollo de un oficio generalmente se asocia a un hacer humilde, digno, de producción de sinceridad; el arte comúnmente se asocia a su contracara, que toma del oficio su superficie sincera como una apariencia para levantar ilusiones, seducir e incluso traicionar. Valdivieso repiensa la brecha entre esos mundos que se superponen: el saber honesto del oficio y ese no-saber ilusorio y traicionero del arte.
Rocío Valdivieso, El orden de las virtudes, texto de Emilia Casiva, Tamañoficio, San Miguel de Tucumán, 30 de abril – 21 de mayo de 2022.
Alguna vez reducido a sus elementos primarios, el arte revivió en su apertura conceptual a la palabra, la acción y la instalación sin perder el abismo ganado....
Un salón frío y gris se transformó momentáneamente en un falso laboratorio donde se lleva a cabo una ficción, de esas que son verdaderas. En la Facultad...
Escribo estas líneas desde una posición de privilegio. Casi treinta años de vida compartida me han otorgado la posibilidad de ver con anterioridad las fotografías de Cecilia...
Send this to friend