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Las obras —en casos excepcionales— dejan en el espectador una huella, un rastro, un resto. La expresión correcta para nombrar el fenómeno es pregnancia. La pregnancia se define como un efecto perenne, casi pegajoso, algo de lo que, aunque queramos, no podemos despojarnos, nos persigue corporal y espiritualmente. No hablamos de nada objetivo; el resto (el rastro, la huella) es una sombra (una luz oscura, una voz leve) que escapa a las designaciones corrientes.
La tarea del crítico consiste en asir lo indefinible, nombrar aquello que pretende evadirse; el crítico intenta navegar las turbias aguas del misterio. Afortunadamente, la concreción plena de estas pretensiones resulta imposible, pero esto no supone una objeción al oficio (naufragar), al contrario, estar frente a semejante desafío pone al crítico en movimiento, en camino de la escritura y del pensar.
Así llegamos a las pinturas (mejor dicho, así nos llegan las pinturas) de Francisca Rey expuestas en la sala 2 de la galería Ruth Benzacar. Son piezas rectangulares, de tamaño medio, tendientes pictóricamente al rojo, donde, por acumulación de materia, florecen simetrías inclasificables; una al lado de la otra, se asemejan a camillas o ataúdes, pero aquí no importa el parecer, importa el ser, lo que verdaderamente son, imágenes hipnóticas que, en la hora más oscura de la noche, se convierten en espectros de una clase anómala o acéfala.
Las variaciones del rojo envuelven al visitante y las formas tenues, tétricas y pendulares estimulan la pesadilla. Es una tentación hablar de horror y muerte, de traición y sangre, pero en la exposición de Rey, Tu mirada puede entumecerme, tu presencia suspenderme, lo sustancial no pasa tanto por lo anecdótico, sino por la inaparente potencia de las formas.
En el espacio inicial de la sala 2 —el segundo espacio atrae al espectador como si estuviera ciego y lo devuelve como si hubiera visto por primera vez—, otra pintura de base roja expone un conjunto de rostros errantes. La coronan una instalación de cunas conseguidas por Rey en un desarmadero, pertenecientes a un hospital de 1900. La prueba fehaciente de la procedencia son las inscripciones que, como restos reales, calan el mobiliario. Las cunas emplazadas fueron intervenidas con bastones de la familia de Rey y con láminas de bronce, elaboración de la artista.
Rey avanza por acumulación, entre el caos y lo metódico, aunque en la única pintura clara, llamativamente, las formas parecen surgir gracias a un ejercicio sustractivo. Es el mismo procedimiento implicado en las demás pinturas, pero produce el efecto visual opuesto, como si causas idénticas (por la resistencia de los materiales, la destreza de la artista o la percepción del sujeto) pudieran engendrar efectos distintos.
De nuevo. Tientan demasiado al crítico la metáfora onírica, el surrealismo, los nombres propios (David Lynch, Francis Bacon), pero la exposición de Rey (primera exposición individual) es mucho más que un sueño y, tal vez, mucho menos. Por eso, en la contemplación del espacio (y también, o sobre todo, en el recuerdo de lo que uno presenció, un recuerdo que suspende, que permanece en el aire) deberíamos tratar de despojarnos de las ideas artísticas preconcebidas para animarnos a sentir la indefensión frente a la obra (frente al recuerdo de la obra).
Francisca Rey, Tu mirada puede entumecerme, tu presencia suspenderme, Ruth Benzacar Galería de Arte, Buenos Aires, 29 de junio – 10 de agosto de 2024.
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