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El ensayo breve de Pablo Maurette sobre “cómo se construye evidencia en la ficción” parte de una anécdota borgeana que es también una premisa: “El destino de todo lo que existe —habría dicho Borges luego de responder que Macbeth le resultaba más real que Perón—, de lo histórico y lo ficticio, es transformarse en recuerdo”. Así, realidad y ficción quedan, si no igualados, al menos, equiparados. En palabras de Maurette, que postula que es propio de los humanos vivir lo ficcional como real, las ficciones “son reales de otra manera”. Su ensayo, entonces, no apunta a distinguir el “buen y mal arte”, sino el que es “efectivo” (en el sentido de que produce un “efecto” en el público) y logra la “compenetración”, del que no.
Es importante mencionar que Por qué nos creemos los cuentos no refiere linealmente a textos literarios breves sino a ficciones creadas en todas las artes. Le presta especial atención a la pintura —y menciona, también, elementos de la escultura o la música— y luego realiza análisis pormenorizados del cuento “Continuidad de los parques”, de Julio Cortázar, y del film Érase una vez en Hollywood, de Quentin Tarantino, para ver cómo este par de ficciones logran la compenetración, el elemento clave para comprender cuán profundo es el efecto de las ficciones en nuestras vidas. Vale decir también que el título de carácter cuasi divulgativo esconde un texto complejo, en el que las referencias cultas son frecuentes y por momentos, incluso, bordean cierto oscurantismo que el propio texto critica —a través de la voz de Marco Aurelio—. Hay mucho trabajo sobre la etimología de las palabras y citas a autores clásicos, combinadas con algunas (pocas) referencias populares y/o actuales, como el propio análisis de la película de Tarantino.
En ese análisis se menciona una verdad que, si bien no es nueva, sí resulta reveladora en el contexto de este libro. Para esa película se dice que hay dos espectadores posibles que entenderán cosas opuestas: uno que conoce en detalle el hecho real sobre el que se basa el film y podría comprender entonces las intencionalidades de Tarantino; el que no conozca el hecho o sus detalles estará viendo simplemente una película de suspenso. En este sentido podemos pensar la compenetración —y probablemente, en consecuencia, el disfrute de la obra de arte (y también, por qué no, del ensayo del propio Maurette)— como una consecuencia de los recuerdos y las asociaciones mentales que estos activan en el cuerpo y la mente de ese espectador/lector. Quizás muchos elementos de la realidad puedan despertar estas emociones (bien vemos, por ejemplo, la “compenetración” que pueda crear en el espectador un partido de fútbol o un discurso político), pero es más seguro (o podemos confiar más en) que una obra lo haga, y por eso realizamos los rituales que Maurette muy bien apunta (leer antes de dormir, observar una pintura desde determinada distancia, ver la serie con un chocolate, etcétera) para introducirnos en una nueva realidad, que sabemos que está dentro de la nuestra, y compenetrarnos con esa obra, es decir, recibir los efectos del arte.
Pablo Maurette, Por qué nos creemos los cuentos. Cómo se construye evidencia en la ficción, Capital Intelectual, 2021, 160 págs.
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