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“Los hielos que primero tintinearon / después se derritieron” dice uno de los poemas de Álbum, primer libro de Nahuel Lardies (Buenos Aires, 1987). Dos versos simples e inquietantes, que se cargan de múltiples resonancias. Dos versos tensos de poesía, entonces, que cifran buena parte de la fuerza de este libro. Dan cuenta de su densidad: una densidad que es primero artística ―por ejemplo, en los versos citados, el cuidadoso entramado rítmico que nos lleva de una imagen auditiva a una visual, haciéndonos sentir el paso irremediablemente entrópico del tiempo― y que tiene valor sobre todo porque refleja una densidad existencial.
Dos tipos de escenas van configurando Álbum. Más acá hay un amor derrumbándose. La felicidad de ese amor (“Era tan simple lo que te gustaba, / las olas en la piel cuando volvías de nadar, / el ardor en los hombros, / los cristales de sal en la clavícula, / secarte mientras mirabas / cómo el viento movía las colas de zorro”) es una felicidad que está desde el principio minada por poemas como “Ángeles” (“Donde estaba el impulso / ahora hay una cuchara”) o “Series”, que nada casualmente abren el libro. “Series” es un poema notable, que reinventa el viejo tema del amor que se nos escurre entre los dedos, pero anclándolo en nuestras circunstancias inmediatas. Cito el poema completo, para que se vea lo que logra: “Sentados sin respaldo, comíamos / como cayendo hacia los platos. // No era necesario ahondar mucho en nada, / era nomás prestarnos atención. // Pero nos llenamos de escenas, nos diluimos / en los personajes que nos generaban empatía. // ¿Vos estás bien así? // Yo leo la mayor parte del tiempo / con tapones en los oídos, acumulo / resmas de papel, armo collages de notas / sin poder conectar nada con nada. // Me preguntaste si el capítulo que no habías visto / era importante. // Los cubiertos rasparon, rayando el centro de los platos”.
El otro tipo de escenas se remonta a los orígenes de una sensibilidad atravesada por un rayo oscuro. Hay un accidente literal, una familia que queda marcada, un dolor que se expande y decanta en los ojos: “La casa en miniatura sigue ahí. // Adentro pareciera no haber nadie”, “Hago una pila al borde de un acantilado”, “El tema era la falta de mi tema, / la casa propia, la ola de ansiedad”, “Todo tenía una pátina a catástrofe”. Al fondo y en medio de esas escenas (que configuran, como dice con justeza la contratapa de Miguel Ángel Petrecca, las piezas de un rompecabezas imposible) late la voz que articula el poemario. Es una voz que busca un cruce feliz entre naturaleza y cultura (“Me instalé una biblioteca abajo del paraíso”), que busca con obstinada esperanza un tiempo que se cargue de sentido (“Mezclo dos años a la sombra / bajo el mismo paraíso”), que reconcilie el cielo con la tierra (“los cangrejos despliegan a su ritmo / el hilo que sutura el cielo con la tierra”, “Después mandó cavar seis pozos / para los árboles que van a titilar entre la nebulosa”), que reconcilie a los vivos con los muertos (“Hacé como si nada, me dijiste, / dejalos creer que están vivos”). En esa búsqueda, en la valentía desencantada de esa voz, se encarna la mejor poesía de este libro.
Nahuel Lardies, Álbum, Caleta Olivia, 2021, 72 págs.
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