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La biografía de Stanislaw Lem escrita por Wojciech Orliński ofrece tres libros en uno. Al principio, es el relato de la construcción trágica de un complejo. Lem se crió en Leópolis, una ciudad en el límite entre Polonia y Ucrania que sufrió tres ocupaciones atroces en menos de una década. Los Lem y el propio Stanislaw se salvaron, como tantos, por la más improbable suma de casualidades. Buena parte de las decisiones de su vida son el eco de esas experiencias de niñez y juventud: la dificultad de Lem para hablar de su ascendencia judía, el rencor con su padre por no haber huido a tiempo, su propio exilio parcial cuando en los setenta intuyó una nueva ola de antisemitismo en Polonia.
El segundo libro es una descripción entre cómica y patética de la vida cotidiana bajo el régimen comunista. El constante temor, la presencia de apparatchiks y comisarios políticos en cada reunión, las dificultades para conseguir los insumos más sencillos: la correspondencia —uno de los fuertes del libro, porque Lem era un magnífico corresponsal— muestra al autor famoso pidiendo dentífrico a su agente alemán. Un recorrido por la burocracia ridícula y arbitraria que generan los gobiernos autoritarios. Las anécdotas son a veces muy graciosas —un raid de lujo a Checoslovaquia para gastarse todos los derechos de autor, porque el dinero no valía nada por fuera de cada frontera—, a veces son aterradoras —Lem casi se muere cuando lo operan con las técnicas más modernas en un hospital en que nadie consideró necesario limpiar los inodoros—.
Finalmente, Lem es una biografía literaria. Lo notable es que está escrita desde un punto de vista estrictamente polaco. Esto puede parecer obvio, pero a medida que avanzan las páginas el lector se descubre en terra incognita, y no sólo por las múltiples consonantes en los apellidos. Salvo por el detalle de su fascinante pelea con Philip K. Dick, es poco lo que se nos dice sobre las relaciones de Lem con otros escritores fuera de Polonia y sobre su historia editorial en Europa occidental y Estados Unidos. O, ya que estamos, en América Latina: recordemos que el ojo infalible de Paco Porrúa detectó a Lem para Minotauro en 1977. En cambio, tenemos detalles sobre las asociaciones de escritores —que recuerdan a El maestro y Margarita de Bulgákov o la recreación de Fogwill en Un guión para Artkino—, las discusiones políticas, las sutiles batallas contra la censura y la estupidez. La perspectiva del autor es explícita en este sentido: después de un prólogo novelado y paródico, Orliński se desprende de las fantasías psicologizantes y expone en cada página sus fuentes y su propia perspectiva de lector entusiasta y participante de una generación de transición, la de los jóvenes que vivieron la caída del comunismo antes de incorporar sus miserias. Aunque Lem fue prudente en sus críticas, muy temprano había entendido el fracaso del “experimento socialista” en el “laboratorio euroasiático”. Atento lector de la literatura científica, fue también muy crítico de los desarrollos tecnológicos de Occidente. Pesimismo y humor parecen ser su legado: “no tengo nada en contra del progreso” —dijo en una entrevista—, “sólo señalo que la gente suele usarlo sobre todo para hacer cosas horribles”.
Wojciech Orliński, Lem. Una vida fuera de este mundo, traducción de Bárbara Gill, Godot, 2021, 416 págs.
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