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Lo que suele hacer que un lector siga leyendo una novela es la voz de quien está narrando, el interés en seguir escuchándolo, en saber cómo ve el mundo. A veces, pocas veces, el lector tiene la ilusión de que esa voz que se escucha, que construye, no es una voz frecuente. En Atomizado Berlín, la primera novela de Julia Kornberg, aparece esa ilusión, da la sensación de que se estuviera escuchando una nueva voz, una voz que viene a sacudir, como pretende hacer Angelica Oshiro, la escritora ficticia, los fantasmas de su generación.
En Atomizado Berlín se narran las peripecias de los hijos Goldstein, de Nina, Jeremías y, en menor medida, Mateo, el hermano fantasma o, mejor, el hermano desierto, desde 2004 hasta 2034. Millennials. De hecho, tanto Nina como Jeremías son quienes alternan la narración de los capítulos en primera persona. Primeras personas que son, en realidad, digitadas por la escritora Oshiro, Anshi, la mejor amiga de Nina, la mujer que mira con un telescopio.
Los Goldstein son judíos adinerados del country Nordelta que se van de vacaciones a Punta, gente a la que le fue bien en el 2001, como dice su madre por lo bajo. Y los tres hijos, los tres hermanos, a su manera, buscan escapar de ese mundo artificial, exorcizar la culpa de clase. ¿Cómo? Viajando, porque sí, viajar es la mejor forma de desaparecer. Entonces escapan a las ciudades y se mueven a otras ciudades, ya que, como dice Nina, “las ciudades tienen siempre un punto de expiración”. Conclusión: vivir en todo el mundo.
La novela se divide en dos partes: “Los chetos también se quieren morir (2004-2018)” y “Economía de guerra (2018-2034)”. La primera parte se centra en la adolescencia de los Goldstein en Buenos Aires y una escapada de Nina y Jeremías a Punta, es decir, se centra en la Sudamérica europea, en la forma de crecer (y sobrevivir) en su patria blanca. Ahí Nina pasa los días junto a Anshi escuchando Daft Punk y leyendo cómics, y vive su despertar sexual corporizado en un chico de Lanús, militante del PO y fanático de Spinetta, un extraterrestre; Jeremías, por su parte, elige escapar yendo al Nacional, fumando porro y tocando música. Mientras que la segunda parte empieza con la decisión de Nina de irse a Europa, refugio de su familia milhojas. El espacio cambia, pasa a ser el primer mundo, que en la época narrada tiene problemas del tercero. Jeremías vive en una París que ya no es una fiesta, es un caos houellebecquiano, una ciudad en medio de una revolución social, un mayo francés reloaded; y Nina en una Berlín gastada, padeciendo una relación también gastada con Ossip, un artista alemán que conoció en Buenos Aires y se lo cambiaron en Berlín.
Escrita desde la ironía y la lucidez, Kornberg plantea una historia repleta de nombres propios, de grupos de personas que funcionan de a tres (hermanos, amigos, amantes), de subtramas que aparecen y se desvanecen (desde una redención en la Franja de Gaza a la búsqueda de un mesías en Francia o una red de hackers que pretende democratizar la información); en fin, llena de mundo, un mundo atomizado, en movimiento perpetuo, en fuga constante, como su generación.
Atomizado Berlín empieza con una nota de Oshiro que le da el marco teórico a la novela. Esa nota tiene un epígrafe que surge de Tierra baldía de T.S. Eliot: “He passed the stages of his age and youth entering the whirpool” (traducción casera: pasó las etapas de su edad y juventud entrando en un remolino). Antes de eso, Eliot dice: “As he rose and fell” (mientras se levantaba y caía). Esa parte no está, Kornberg la omite. No hace falta enunciarla, la novela lo muestra: la juventud es un remolino que te levanta y te tira con la misma fuerza.
Julia Kornberg, Atomizado Berlín, Club Hem, 2021, 180 págs.
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