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Fauna del nuevo milenio

Roxana Páez

LITERATURA ARGENTINA

En judo se usa la fuerza del oponente para vencerlo. Los poemas de Roxana Páez parecen escritos con esta técnica: usar la velocidad, la potencia que hay en el lenguaje para que este acabe diciendo lo que la poeta quiere decir. Y en este movimiento o técnica, a diferencia de lo que pasa en una lucha, no hay vencidos. En todo caso, se podría decir que ganamos todos. “Mi trabajo cotidiano consiste en contener las huellas de lo percibido en cajas de ritmo, máquinas de gorjear”, dice Roxana Páez en el prólogo a Impasse de la ballena, un libro de 2018. “Los poemas nacen de la sorpresa y del descubrimiento, se asemejan a una foto movida, porque esta parcela del mundo está hecha de movimiento puro, de cambio”. Hay algunas palabras que llaman la atención en estas frases: “contener”, “movimiento puro”. Estos poemas no chocan con el lector, lo contienen. Estos poemas no fijan el sentido, lo acompañan en el movimiento puro de los cambios. Fabrican casas para que el lector viva y su mundo se mueva sin resistencia y él a su vez pueda acompañar este movimiento. Por ejemplo, en “Los domingueros”, dice: “¿Dónde está el bosque? // —En la pecera fría / sobre el musgo, // el perro muerde una piña / y sigue conociendo / el mundo por su trompa. // Llueve… // —¿Y los indios de Punta Lara? // —Se tumban entre camisas / del Asia colgadas / frente al río”. Este poema comienza preguntando dónde está el bosque. Y la respuesta pone en evidencia que no es cualquier bosque, ya que está en una pecera. Luego un perro sirve como ejemplo de lo que es la exploración y la práctica para conocer el mundo. Los lectores de poesía, como el perro, tanteamos, exploramos el mundo de un poema para conocerlo, y en esa exploración aparece, por supuesto, el asombro.

Otro de los rasgos de la poesía de Páez es el nomadismo, que se aprecia bien en esta antología. Se puede decir cómo reflejan sus textos características autobiográficas y afinidades. Ese zigzag, esas idas y venidas: Mendoza —donde nació—, Buenos Aires, La Plata, París. Páez dice en el reportaje que cierra el libro: “Leo y escribo en Argentina. En Argentina, quiero decir en mi lengua, en mi mundo de voces que es portátil, se desterritorializa y se reterritorializa en Argentina con otras voces oídas en el camino, a veces jugando con objets trouvés de otra lengua traduciéndolos literalmente porque en Argentina serán juguetes nuevos”. En el poema “Alguien va a acompañarme a la frontera”, da cuenta del desplazamiento y de su interés en los vulnerables: “A lo largo de la autopista, suelen jugar / chicos librados a la errancia / heredada y a la errancia obligada. // En el desierto industrial, cartón, tablas / y pilas de hierro levantan el campamento. / Como antes los campos ‘de internación’. / El de Alliers fue el último / en desaparecer, casi dos años / después de la liberación. // Nómades antes de la expulsión. / Antes vimos la foto de los ‘Nómades / a punto de ser deportados’”.

Este es el segundo libro publicado en la serie Estaciones, una colección de antologías hechas por los propios poetas, dirigida por Carlos Battilana y Mario Nosotti. Los  libros tienen agudos prólogos y, algo poco habitual, excelentes entrevistas a los autores. En este, hay más de veinte páginas en las que la poeta detalla sus recorridos y lecturas, sus afinidades y agradecimientos: a su madre por haber tenido en su biblioteca Trilce y por haberle regalado el primer número del Diario de Poesía, a Arturo Carrera y Daniel García Helder por haber dado ese taller literario tan revelador en el que descubrió el “oficio de poeta”, metabolizando la supuesta tensión entre objetivistas y neobarrocos. Más adelante, dice Páez: “Toda la poesía que me anima, los poetas que me animan se sitúan sincrónicamente en mi presente. Mis amigos desconocidos, empezando por Safo y Heráclito. No hay diacronía cuando entablo un diálogo, aunque la historia en la que están inmersos me hable rotundamente. Y digo el siglo XX desde lo que Kristeva llamó la vanguardia del XIX. Amo el siglo y el continente en los que nací. Pero no en la corriente letrada del prestigio literario y canónico, etcétera, sino la del linaje dinámico y rizomático que dio aquel rock de Rimbaud contra lo ‘académico-más muerto que un fósil’”. Hay en las palabras de Páez un correlato oral de lo que vislumbramos leyendo su poesía.

 

Roxana Páez, Fauna del nuevo milenio, selección, prólogo y entrevista de Mario Nosotti, Miño y Dávila, 224 págs.

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