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Inventando el hallazgo de un cuaderno escrito a modo de diario y memoria por un Sarmiento postrado en Paraguay —¿inventándolo?—, La audición, el más reciente libro de Abel Gilbert, se asoma al último tramo de la vida de un prócer nacional cuya figura no deja de ejercer una notable fascinación. Laureado, impugnado, vindicado o cancelado, su aliento de hombre total se ve aquí diezmado por la vejez, los dolores, la postración y, sobre todo, por la sordera. Algo taurino, sin embargo, esa proverbial voluntad de aprehender que puntualmente anima y constituye la estampa sarmientina se hace carne en el “lapicito” del que se vale para escribir, en el anhelo nostálgico de aquello que no emprendió —como el estudio del Método nuevo para aprender a tocar el piano con la mayor facilidad de su archienemigo Alberdi, cuyas fiorituras con el instrumento eran más apreciadas por las mujeres de salón que las confabulaciones del sanjuanino—, o en las luchas contra sí mismo, sus cuidadores y su invalidez.
De la “telaraña etimológica” que desentraña Diane Ackerman en Una historia natural de los sentidos, puede notarse que la palabra “absurdo” encadena ascendencias del latín surdus, sordo o mudo, del árabe jadr asamm, raíz sorda, y del griego alogos, sin habla o irracional, de manera que “el mundo seguirá teniendo sentido para alguien que sea ciego o le falten los brazos o la nariz. Pero si uno pierde el sentido del oído, un lazo crucial se disuelve y pierde el rastro de la lógica de la vida”. Como si su déficit fuese al mismo tiempo una potencia y le otorgara un predominio categórico y absorbente, en La audición el oído se vuelve tamiz y pulso de todo o casi todo lo vivido y lo anotado. La guerra es guerra en la medida de su estruendo y su compás, y los cañonazos y las bandas de música militar que marcan el paso de la infantería son su huella más tangible. La verborragia política es en cierta forma convicción, pero también es una forma de no dejar hablar a quien no puede escucharse. El teléfono, el gramófono: los avances técnicos que más interesan a Sarmiento hacen blanco también en el oído, y así, martillo sobre yunque, en La audición tienden a reverberar todos los sonidos de una vida sinfónica. Es de esta suerte también que, de los diálogos que el viejo mantiene con su médico, con su hija o con Elisabeth, una alemana que junto con su esposo se embarca en la fundación de una colonia aria denominada Nueva Germania, sólo se transcriben las réplicas de los interlocutores, respuestas e intervenciones que no pueden oírse. ¿Cómo llegan entonces a este cuaderno? ¿Son otra invención, producto de una tenaz máquina intelectual que anima al lapicito? ¿Alguien más las escribe? ¿Es la forma que tienen los otros de comunicarse con él, por la grafía?
En un espacio que se supone de uso individual y privado —un diario personal—, la presencia de esos otros es profusa y manifiesta. No sólo por los diálogos, por la abigarrada comparsa de extras que se suceden a medida que se plasman los recuerdos en esta “suerte de memoria ligera”, como apunta Luis Sagasti en la contratapa —el rito orisha de tambores y baile que Sarmiento presencia durante una estadía en Río o la flânerie en la que se pierde de la mano de un pianista polaco otra noche por París son precisamente dos episodios memorables—, sino también por la presencia de una figura determinante y con cierto linaje en nuestra literatura. Como el “Autor” y el “Comentador” de Los siete locos y Los lanzallamas, como el mismísimo traductor de “Nota al pie”, La audición importa la voz de un comentarista o arreglador que viene a templar, aclarar, glosar o disputar —acaso sea este el verbo más apropiado— el predominio de la figura central. Insidioso, contrapuntístico, a medida que su protagonismo se ensancha y el cuerpo de la letra de sus intervenciones se agranda, uno podría preguntarse si este editor o copista no es si no otro ejemplar de la “colección de Sarmientos” que, según el prólogo de Marcelo Cohen, vibran en este volumen de género mixto, fluido “entre la historia, la investigación y el análisis de los sonidos opresivos y los sonidos vivificantes”. Algo como una magia invisible hecha de prosa rica, juguetona, aguijoneada con cierto lirismo y con rigor provoca que una idea de nación, de hombre político y hombre de Estado, una imagen de padre y otra de maestro, la desgraciada muerte de un hijo, la ambición y la barbarie de una guerra de aniquilación evoquen imágenes, pensamientos, debates con uno mismo y con la historia sobre un soundtrack que incluye el propio ritmo de la palabra, Wagner, los tambores de Curupaytí o la música ligera de los bailes públicos en los que uno de esos tantos Sarmientos tomaba gozosa parte.
Abel Gilbert, La audición, Golosina, 2023, 208 págs.
Imagen: Domingo F. Sarmiento, óleo de Francisco D. Márquez.
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