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Es bien conocida la importancia de Circe Maia (Uruguay, 1932) en la poesía rioplatense. Sus poemas siempre buscan, como los versos de Antonio Machado que eligió para el epígrafe de su primer libro, allá por 1958, ser “Ni mármol duro y eterno / Ni música ni pintura / Sino palabra en el tiempo”. Porque esencialmente eso es Maia, una poeta.
Pero en 1987, dos años después del retorno de la democracia uruguaya, publicó este libro de prosa, y no poética ni nada de eso, prosa a secas, o, para ser más preciso, crónica, que se presentaba con el enigmático título de Un viaje a Salto.
A cada país le llega el desafío de enfrentarse con su pasado violento y oscuro. En el nivel político, jurídico, social… Pero también desde el prisma creativo, y como un subconjunto de él, el literario. La narrativa, que fue y es legión sobre estos asuntos, raramente pudo evitar caer, por momentos, en el sistema binario y clásico del Bien y del Mal, justificado por las horas más oscuras. Pero este libro se desmarca de aquel y lo hace de una manera notable y lo logra desde una estructura extraña: una escritura a cuatro manos sobre los recuerdos de una niña y los de su madre sobre el mismo hecho objetivo: un viaje en tren desde Paso de los Toros a Salto.
La trama resulta tan sencilla como conmovedora. Madre e hija —que tendrá unos diez años, tal vez menos— se toman, en medio de la noche y del trayecto, el tren que va de Montevideo a Salto porque en él se encuentra el marido de la mujer y el padre de la niña, un médico detenido por pasarles remedios a los tupamaros y que está siendo trasladado de un penal a otro. La idea es intentar hablar con él y, si no las dejan, al menos ir "oyendo y mirando las mismas cosas, respirando el mismo aire". Vale la pena tener en cuenta que el marido de Circe Maia fue detenido en 1972 bajo esa misma imputación y ella fue destituida de su cargo de profesora de secundaria en 1973.
Sin embargo, no tardarán en aparecer las dificultades: dudas acerca de que el hombre efectivamente se encuentre en aquel tren; tosquedad de algunos soldados; las buenas aunque desafortunadas intenciones del inspector de boletos que les exige a las mujeres que cambien de vagón porque sus pasajes son de primera clase. Nada del otro mundo, pero las dificultades se van resignificando en la medida que en ese tren, antes que militares y un detenido político, que personifican a los actores que se disputaron el control del país, viajan ciudadanos comunes y corrientes. Porque aquel vagón de segunda clase funciona como un correlato hipercomplejo y real de la sociedad uruguaya toda, y que empezará a crujir de humanidad a medida que la intención de madre e hija queden finalmente al desnudo.
Sin embargo, escribir una memoria objetiva no alcanza para digerir aquel trauma. “He relatado hechos; no es lo que quiero. Quiero explicarme a mí misma cómo se ha producido este desdoblamiento; cómo ha aparecido esta segunda dimensión de la existencia”. Maia avanza entonces en esa dimensión de análisis psicológico individual y social, nuevos hechos, otras voces y testimonios de esos años, el ejercicio de una muy lograda metafísica que complejiza aún más el destino incierto de ese país viajando lento por la noche porque tiene miedo a chocarse contra una vaca y descarrilar, y donde las voces en prosa de una madre y una niña irán mutando hasta transformarse en palabra en el tiempo.
Circe Maia, Un viaje a Salto, prólogo de Mercedes Halfon, Las Afueras, 2021, 96 págs.
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