Otra Parte es un buscador de sorpresas de la cultura
más fiable que Google, Instagram, Youtube, Twitter o Spotify.
Lleva veinte años haciendo crítica, no quiere venderte nada y es gratis.
Apoyanos.
En la obra de la irlandesa Claire Keegan, siempre hay una familia. En la última, una nouvelle, Cosas pequeñas como esas, el protagonista es Bill Furlong, un vendedor de carbón felizmente casado y padre de cinco hijas. Vive en el pueblo costero de New Ross, en County Wexford. Es la Navidad de 1985, hace mucho frío y se percibe un ambiente dickensiano. De hecho, Furlong recuerda la vez en la que, de niño, recibió Un cuento de Navidad como regalo y pidió David Copperfield para el año siguiente.
En ese pueblo, el tiempo está marcado por los rituales cristianos: las campanadas de la iglesia llaman a misa, hay un pesebre en la plaza, los vecinos se reúnen ahí al anochecer del primer domingo de diciembre para observar las luces que se encienden. La Navidad es central en el rito católico: se celebran la familia, la integración de la comunidad; es la fiesta del dar y recibir. Pero en 1985, la crisis económica impide que todo siga igual, aumenta el desempleo y los jóvenes emigran; sin embargo, Furlong no da abasto con los pedidos de carbón. Sabe que es un afortunado. Lo sabe porque sufrió durante la infancia su condición de hijo de una chica de dieciséis años, mucama de una viuda protestante que no la echó cuando quedó embarazada. Y aunque padeció la falta de padre y la burla de sus compañeros, Furlong no olvida la acción de aquella mujer que libró a su madre del destino para las mujeres “caídas”: el asilo conocido como “Lavanderías a la Magdalena”. Así lo salvó a él de la adopción y a ella de convertirse en una esclava más de esa organización religiosa.
Furlong va a tener la oportunidad de entregar carbón en uno de esos seis asilos que Irlanda conservó hasta 1996, y de darse cuenta de lo que en verdad pasaba ahí. Entrará en una crisis existencial ante la disyuntiva de negar aquello de lo que fue testigo y así resguardar a su familia —porque en New Ross no existen los secretos y la Iglesia mueve todos los hilos—, o actuar para rescatar aunque sea a una de las pequeñas esclavas.
Si esta hubiese sido una de las historias más tempranas de Keegan, la oscuridad le habría ganado a la luz. La madre de Furlong, por ejemplo, no habría contado con una benefactora que la salvara de la reclusión en uno de estos asilos. A pesar de que denuncia lo que pasó en Irlanda con esos centros de detención de “niñas perdidas”, la novela no es tan sombría ni demoledora como se podría pensar. La decisión que Furlong debe tomar es una cosa pequeña que, sumada a otras como esas, hubiese cambiado la historia de miles de niñas encarceladas en esos asilos. Y él es un ser luminoso y sentimental a quien la culpa no le hace fácil seguir el consejo de su esposa: que para triunfar en la vida hay cosas que debe ignorar, sobre todo porque “no tienen nada que ver con ellos”.
La nouvelle es una parábola sobre el coraje, a la vez que una historia esperanzadora; está escrita con la misma precisión y sutileza con que Keegan conquistó a tantos lectores, a lo cual se le suma la delicada traducción de Jorge Fondebrider.
Claire Keegan, Cosas pequeñas como esas, traducción de Jorge Fondebrider, Eterna Cadencia, 2021, 94 págs.
Todos hablan de Jacob. Todos creen saber quién es, qué lo hace más o menos atractivo, cuál será su futuro. Todos y muy especialmente todas. La habitación...
A dos meses de la muerte de su esposo, la narradora de Arboleda decide emprender en soledad el viaje a Italia que habían planeado juntos. A partir...
Lejos de ser una novedad en el escaparate literario, el fluir de la escritura ha sido explotado durante años desde múltiples aristas, sobre todo como técnica. Las...
Send this to friend