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Cosas que vienen y van

Bette Howland

OTRAS LITERATURAS

Ve la luz este libro de tres relatos largos de la escritora y crítica norteamericana Bette Howland (Chicago, 1937-Tulsa, 2017) que fuera publicado por primera vez en Estados Unidos en 1983.

En el primero de los relatos, “Dios los cría”, de corte netamente autobiográfico, van cayendo en una bolsa los integrantes de la familia del padre de Howland, donde todos se parecen físicamente por la fuerza de los genes de la rama materna (“Los Abarbanel, esa banda de cotorras escandalosas”, como ya se plantea en el primer párrafo). Con agudeza, va enumerando y dedicando pequeños párrafos a tíos, tías, abuelas, parientes políticos, primos, todos ellos en ebullición por los arrabales de una Chicago donde impera la Ley Seca y con ella, las mafias. El desfile de parientes es bestial y Howland, en ese caos controlado donde la trama no deja de saltar y moverse, intenta comprender cuál era su lugar, si es que lo había, en aquella fuerza sanguínea. Desde la antropología familiar puede proyectarse, a escala, la vida de otras familias parecidas y de esforzados inmigrantes en los años tan difíciles que siguieron a la Gran Depresión.

Luego de ese génesis personal, sigue “El viejo bromista”. Ya fuera de la no ficción, se ingresa en una historia donde orbitan dos personajes femeninos que refractan, durante una noche, realidades disímiles: Mrs. Cheatham, una niñera negra ya vieja y revestida de un sexto sentido para entender el funcionamiento de las familias cuyos niños cuida algunas noches; y la levemente frustrada Sydney, quien la contrata para que cuide a su demandante hijo Mark, así puede salir con su pareja, el ya muy adulto y desenvuelto Leo Warshaw. Usando la materia reposada de la noche como infusor, serán los vacíos y los silencios a llenar los que presionen a cada mujer a perderse en sus soledades que, por momentos e involuntariamente, se rozan.

Cierra el libro “La vida que me diste”, en principio una fórmula que no falla: padre enfermo e hija con cuentas pendientes que lo tiene que visitar antes de que expire. Sin embargo, porque en Howland nunca nada es lugar común, los detalles lo extirpan del camino ya transitado de la fórmula y lo llevan a nuevos desafíos. Por ejemplo, no es que el padre esté muy enfermo; sólo tuvo un accidente doméstico tonto, necesita reposo y la inmovilidad no acarrea demasiadas angustias más allá del previsible mal humor. Y tampoco es que la relación esté rota: “Mi padre y yo no estábamos en buenos términos, tampoco en los peores. Nada definitivo, ningún distanciamiento formal. Nos habíamos dicho cosas, muchas cosas; pero no las más amargas. No la Última Palabra. Nada de lo que no pudiéramos retractarnos”. Se trata, entonces, de un ensayo de lo que eventualmente pasará en diez años, cuando sí sea momento de despedirse. Una práctica donde nada real se pone en juego y que permite prueba y error, márgenes de maniobra. Libertad, digamos. La libertad es el ámbito en el que Howland se mueve como nadie. Discurriendo, persiguiendo recuerdos como quien persigue mariposas, va y viene la hija a la sombra de un padre decidido que sabe lo que quiere, mientras ella se mece a la deriva porque de eso parecería tratarse la literatura en Howland: no de organizar o sistematizar una historia, sino de sobrevivir entre equilibrios acéfalos que nadie controla.

Bette Howland dispara párrafos contundentes y cargados de ingenio, acidez liviana, piedad y poesía. Así va y viene por psicologías cansadas, pero no quebradas. Sabe observar donde nadie mira, allí donde la trama invisible leva y en silencio se derrumba.

 

Bette Howland, Cosas que vienen y van, traducción de Inés Garland, Eterna Cadencia, 2023, 168 págs.

7 Mar, 2024
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