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¿Escribir poesía o no escribirla —para recordar el célebre dilema— después de Auschwitz? ¿Realizar ese “acto barbárico”? O, también, esta otra posibilidad: escribir poesía “desde”, o con Auschwitz. Esto es lo que hiciera, literalmente, en su último libro publicado en vida, el norteamericano Charles Reznikoff con Holocausto: un poemario —valgan el oxímoron y la paradoja— sobre la matanza nazi en general, y sobre los crímenes contra el pueblo judío en particular. Todo, basándose en documentos judiciales.
Autor de una obra tan vasta como variada, que incluye breves poemas —de tres versos, incluso de uno solo—, biografías, ficciones, dramas y poesía “histórica” y “documental” —a lo que se debe sumar Las aguas de Manhattan, novela de corte autobiográfico, filiable a la literatura judía en lengua inglesa: Malamud, Below y Roth—, Reznikoff es un (¿“el”?) nombre clave de la corriente poética conocida como objetivista. Así lo planteó en su “Decálogo de la literatura objetivista”: “Nombra, nombra, nombra… nombra las cosas por su nombre. Di ‘casa´ cuando tengas que decir ‘casa’. Di ‘perro’ cuando tengas que decir ‘perro’. Y de sustantivo en sustantivo dale un ritmo a tu prosa, a tu verso. Porque ese ritmo, porque esa música, es parte del significado de lo que escribes”. En Holocausto, en la primera página, anuncia: “Todo lo que sigue está basado en una publicación del gobierno de los Estados Unidos, Juicios de criminales de guerra ante los tribunales militares de Núremberg, y los registros del juicio a Eichmann en Jerusalén”. Nombrando las cosas por su nombre el libro deviene, así, en una especie de mudo testigo de episodios y acontecimientos de las atrocidades más inauditas del siglo XX.
Si bien el testimonio y la memoria son, en esencia, “expresiones subjetivas” ante la instancia judicial, la labor del poeta, entre otras, consistió en extraer, extractar y montar cada pieza literaria. Como un “destilado”. (Paul Auster lo llamó en un ensayo “poeta visual”: “En su poesía, la vista siempre está antes que la palabra. Cada expresión poética es una emanación del ojo”). La presentación del material es, en verdad, una re-presentación: una nueva puesta en escena —a la vista de quien lea—, que representa, “objetivamente”, lo ocurrido, aunque provenga de la declaración y la evocación de lo vivido/padecido. Una operación poética: brevedad, concisión, exactitud y autonomía propia (como historia-relato), surgida del escenario de la violencia constante, del cruento final del exterminio y la supervivencia. Una representación como exorcismo (poético) del dolor sin fin de la historia.
Reznikoff organizó el material en doce capítulos, que anticipan todo en sus sintéticos títulos: “Deportación”, “Invasión”, “Investigación”, “Guetos”, “Masacres”, “Cámaras y camiones de gas”, “Campos de trabajo”, “Niños”, “Entretenimiento”, “Fosas comunes”, “Marchas” y “Escapes”. Es un catálogo con engaños, robos, abusos, crueldades y torturas, actos arbitrarios, caprichosos e “irracionales”, y “métodos” de dar muerte; también, bromas macabras, muchas veces como final o cierre de alguna sección o poema. Como dijera en su pieza autobiográfica “Early History of a Writer”, referida a sus estudios juveniles de derecho y a su proyecto literario, Reznikoff buscó dejar “sólo el meollo, lo necesario, lo claro y evidente”.
Charles Reznikoff, Holocausto, traducción de Carlos Soto Román, Zindo & Gafuri / Das Kapital, 2021, 126 págs.
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