Holocausto

Con una cuidadísima edición y los dibujos más que sugestivos de Iván Jerônimo, El cuerpo nos trae la tercera obra en que Claudia Masin abreva en el arte cinematográfico. Los veinticinco poemas, cuyos títulos coinciden con las películas de las que surgen, amplían el espacio que fundara La vista (2002, Premio Casa de América) y continuara Lo intacto (2018, Tercer Premio FNA), hacia las relaciones criaturales primitivas entre el cuerpo y la palabra.
Los lectores de Masin ya saben que el punto de contacto entre los films y los poemas lejos está de responder a una voluntad que por analogía podríamos denominar ut pictura poesis, o a una mera écfrasis. No hay pretensiones de traslación ni relaciones de equivalencias, sino un afán (y no un procedimiento) de búsqueda, de rastreo de tonos, timbres y sensibilidades.
La voz que nos habla, si bien matizada y cambiante a lo largo del texto, encuentra la fulguración de su goce en el encuentro de los pequeños hilos sonoros que laten en cada una de las películas, y no sólo en boca de los personajes o en la narración, sino también en los trasfondos y las atmósferas que las componen.
Los poemas se despliegan como combustiones de las cintas, de lo material en ellas, y las frases nacen de algo no dicho sino insinuado físicamente, como en “All That Jazz”: “Soy la materia / que va a encenderse y bailar en el aire / como baila lo que nunca había estado vivo / y va a morir”. O en el poema “Llámame por tu nombre”: “¿Es cruel que el olor del verano, / a humo y frutas dulces caídas del árbol, abiertas / mezclándose con el barro, es cruel / que ese olor que conocimos en la infancia / se haya perdido, no esté intacto, / grabado a fuego el sol que nos marcó / sus latigazos?”.
En este accionar se llega hasta la carne, hasta la condición criatural a la que hacíamos referencia, y la palabra se vuelve un gesto no lingüístico resultante de ese impacto. Lo perecedero, lo limitado, lo aplastado, lo denostado, lo sufriente piden ser oídos, y la voz estira su mano hacia ellos: “Cuidado / con los que no tenemos nada: cuando no queda / nada que perder se pierde el miedo y ay, yo te aseguro / que no quisieras encontrarte / con alguien que no teme, no quisieras / mirarlo a los ojos, sostenerle la mirada” (“Las noches de Cabiria”).
Se intuye, en consecuencia, una erótica de la fragilidad y del temor, en la que la fibra es tanteada en sus momentos de reacción al dolor intenso y se dispara en versos como los de “Corazón salvaje”: “Para qué querríamos / ser ceniza nosotros / que nos hemos reconocido por el olor, / por la sangre, que nos hemos mordido y desollado / como criaturas que no conocen la diferencia / entre el amor y el hambre”.
Así las cosas, el misterio que nos regala este libro consiste quizá en que el fruto de la captación de esos instantes de conmoción es una sintaxis limpia y cadenciosa en la que la emergencia, el horror y el deseo se presentan en la superficie de los versos al mismo tiempo como imagen y reflejo.
Claudia Masin, El cuerpo, ilustraciones de Iván Jerônimo, Portaculturas, 2020, 110 págs.
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