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Resulta harto difícil imaginar la fuente de la cual mana una cultura toda sin recaer en una innecesaria derivación metaforológica, pero hay lugares en donde la cosa parece fluir a borbotones, propiciando en su desencadenamiento un efecto contrario a lo que usualmente se espera: no se sabe ni cuándo ni cómo la máquina dejará de trabajar. Checoslovaquia en algunos periodos ―en otros Bohemia, Silesia, Moravia, hoy República Checa y luego quién sabe―, tiene en su haber un largo listado de artistas excepcionales: del precursor del art nouveau panfletario Mucha al collagista empedernido Kolár; del surrealista del stop motion Švankmajer al retratista de vidas minúsculas Menzel; del precursor de lo ominoso Kafka al cuentista iterativo Hrabal, este país que supo ser muchos países ha saldado cuentas con todas las corrientes estéticas que puedan imaginarse. Nuestro horizonte de análisis se ceñirá a la obra de Bohumil Hrabal (1914-1997), deteniéndonos particularmente en Krasosmutnění, libro que en nuestro país se tradujo como Una hermosa tristeza.
Muchas son las marcas de estilo que permiten identificar de inmediato que se está frente a un libro de Hrabal: no sólo su registro intencionalmente plano, sin demasiados ribetes, sino la candidez de sus personajes (la de su voz) es lo que conmueve de sus historias. Las más de las veces estas historias son contadas por niños, adolescentes, algunas pocas por seres provectos, pero en todo caso un aura de naïveté sobrevuela en todo momento. Algunos temas, personajes u observaciones vuelven constantemente en forma de espiral, lo cual genera un efecto de realidad sólo comparable al intercambio oral que era posible sostener antes de que los dispositivos electrónicos acapararan (obnubilaran) la atención de las personas, negando toda posibilidad de transferencia de saberes y experiencias no mediadas. Quizá sea este el condimento que impregna de extrañeza sus ficciones; en la lectura se revive un tipo de nostalgia por los sentimientos.
Los veintitrés cuentos de Una hermosa tristeza revelan una marcada recurrencia a sus grandes tópicos: la dinámica familiar vista a través de los ojos de un niño; la extrañeza de ciertos sucesos caros a los pueblos de provincia; el humor, entre burdo y escatológico, típico del mundo social en el que se mueve el personaje; las aventuras en la fábrica de cerveza, entre otros. La sensibilidad del gusto femenino estimulado ante la proyección de “Mr. Deeds goes to town” puede hacer explotar la violencia más elemental de un padre y, a su vez, la nostalgia de un pasado de improbable belleza del tío Pepin (muy presente en las ficciones de Hrabal) habilita una serie de dudas en “Sesenta coronas el centímetro cuadrado”; la visita de familiares a una faena de liebres en “Una hermosa tristeza” puede bien modificar el comportamiento pavloviano de los progenitores del protagonista, y el tatuaje de una sirena en el pecho de un niño puede determinar, en el cuento homónimo, la división de aguas que demarcan una cultura.
Hay que decir que varias de las historias que aparecen en este libro son derivaciones o simplemente sampleos de otros (ver específicamente el comienzo de La pequeña ciudad donde se detuvo el tiempo) y, a la vez, todas parecen formar una sola historia homogénea: un gran ejemplo de cómo una vida puede ser parcelada en episodios y esos episodios conectarse de manera repetitiva pero diferente, ya que se encuadran bajo la condición, y forman parte, de un “proyecto oral”. Esa condición dual de estar escritos y por lo tanto presentarse como una verdad inalterable y al mismo tiempo ser continuamente repensados, reescritos, es lo que hace del legado Hrabal un acontecimiento perenne: lo vuelve una voz que trasciende la historia, el tiempo y las formulaciones típicas de la prosa consuetudinaria de la que formamos parte.
Bohumil Hrabal, Una hermosa tristeza, traducción de Juan Pablo Bertazza, Pinka Editora, 2023, 210 págs.
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