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En la llanura pampeana del siglo XIX surge una historia de amor. Dos mujeres se encuentran en el medio del campo y deciden emprender juntas un viaje, alejándose ambas de sus respectivos maridos. La tierra del Martín Fierro se recrea para darle lugar a otro personaje: la China Iron.
Adaptar literatura al teatro no es cosa fácil. En este caso, Desertoras se propone algo aún más complejo, hacer el cover de un cover. Las aventuras de la China Iron es una novela de Gabriela Cabezón Cámara y cuenta la historia de la China, un personaje secundario del Martín Fierro de José Hernández. En la literatura gauchesca la aparición de las mujeres suele ser escasa, la mayoría de las veces en calidad de hijas o esposas de. La vuelta al Martín Fierro que propone Cabezón Cámara nos da esa bocanada de aire necesaria, una reescritura feminista de la literatura fundacional, donde maridos y padres no son más que una circunstancia.
Desertoras redobla la apuesta: reduce a Fierro al marido impuesto de la China, prácticamente no lo nombra. Vemos a mujeres payar, batirse a duelo, manejar carretas. Todo lo que históricamente se les atribuyó a los varones, desatribuido. Además, el elenco, la música, la dirección, el vestuario y la escenografía: todo armado por mujeres.
La China y Liz (Camila Tamagnone, Nicole Kaplan) generan un choque entre culturas. A la China le da gracia cómo habla Liz, se ríe cuando aparecen palabras en inglés y la imita. Liz no sabe bien cómo explicarle que el té no se toma de un sorbo, y se ríe cuando la China se pone un blazer al revés. Sin embargo, a partir de las miradas, del encuentro con el cuerpo de la otra, se entienden perfectamente.
La puesta es simple y acompaña la representación de la eternidad de la llanura. Están la carreta de Liz, dos sillas y una mesa. El espacio de a ratos se divide en dos: un lugar para la historia propiamente dicha y otro para la narración. La payadora (Sol Zaragoza) da las marcaciones para ese corte con dos aplausos, acompañada por cambios de luces. Además, la narración habilita el flashback y la actriz deslumbra con un duelo en formato unipersonal, que, acompañado de la música, hace resonancia con bailes folclóricos. Otra vuelta más al género, podríamos decir.
Otra gran diferencia entre el texto de Cabezón Cámara y la obra es la aparición de la música. Catalina Telerman toca bombo y guitarra —a veces los dos al mismo tiempo— y transforma la obra en una peña. Las letras, compuestas por ella también, no son un mero acompañamiento, sino que van contando, en otro registro, cómo avanza la historia.
Desertoras fue seleccionada por la Bienal Arte Joven en la categoría de creadores escénicos. La correspondencia con la agenda cultural y política es evidente, al igual que la novela de Cabezón Cámara. El feminismo y las historias de amor LGBTIQ+ están cada vez más en el centro de la producción artística. La aparición de la gauchesca en la producción juvenil, sin embargo, sí es algo difícil de encontrar. La lectura que hace Violeta Marquis, apoyándose tanto en Las aventuras de la China Irón como en el Martín Fierro, no es ni una copia ni un homenaje, sino una verdadera apropiación: una invitación al público, predominantemente joven, a introducirse en la potencia del género.
Violeta Marquis, Desertoras, Club Cultural Matienzo, Buenos Aires.
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