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A pesar de haber visitado Álbum, de Agustín González Goytía, una semana atrás, sus pinturas siguen reverberando como si hubiesen activado una especie de conciencia pictórica que parece no depender tanto de los colores o matices utilizados, sino de las diversas técnicas que generan en la tela, y luego en la conciencia, un cúmulo de formas difusas que nunca terminan de plasmarse. Las pinturas parecen intuir un componente tramposo en la figuración y se han propuesto sortearla, ganarle de mano, ubicándose más allá y más acá de una representación clara, distinta, a medio camino entre lo abstracto y lo figurativo, lo formal y lo expresivo.
Me refiero a la ambigüedad producto del trabajo de Goytía con los materiales, del ensayo y del error, de su obsesión por manipular el acrílico, el látex, los contrastes, la virginidad del lienzo, de su lucha contra las propias limitaciones y las imposiciones matéricas. Hablo, en definitiva, de un ars combinatoria cuya vocación principal apunta a licuar la tenacidad del referente. En la pinturas de Goytía todo se vuelve otro, todo tiene un envés, un doblez, todo admite una doble lectura.
En sentido musical, un álbum es un conjunto de canciones con cierta unidad (casualmente, el nombre de la galería, Pasto, remite al título de un primer álbum icónico para la discografía nacional); en otro sentido, es un compilado de fotografías. Un álbum sirve (servía) para pasar la tarde viendo fotos viejas, perpetuar antiguas anécdotas, mostrarles a los nuevos integrantes de la familia cómo era la vida anterior, cómo eran un padre o una madre en la infancia, cómo éramos nosotros en la adolescencia, y sirve también para recordar nuestro carácter mortal, es decir, el inevitable paso del tiempo. En Álbum existe un tiempo detenido, y las pinturas que lo componen son instantáneas (aunque nada de instantáneo tengan) de un momento único, preciso, ajeno: son el intento de poseer imaginariamente un pasado irreal. Por eso, Goytía no pinta como sueña, o no sólo pinta como sueña, sino como recuerda el recuerdo de otros.
Goytía nació en Tucumán y en sus obras deja rastros de su lugar de origen, pero lo hace sin caer en la tentación del provincialismo o el color local, al contrario. Las pinturas sugieren una épica módica (lo dice con otras palabras Leandro Martínez Depietri en el texto de sala). Lejos de la proverbial exuberancia de la selva tucumana o de aquel año dorado en que se declaró la independencia argentina, lo ilimitado y lo histórico operan de modo espectral, y forman destellos que retornan a la tela como amores pasados, ilusiones perdidas, algo que no quiere terminar de irse, justamente, porque nunca comenzó del todo.
Revisando imágenes de Álbum, encuentro varias referencias a la historia del arte y al menos dos, quizás inventadas, a Juan Pablo Renzi, artista santafesino, íntimo amigo de Juan José Saer, de quien aprendí de memoria un pasaje perteneciente a la novela El entenado, que nombra con bastante exactitud eso que estoy tratando de decir desde el principio: “Lo desconocido es una abstracción; lo conocido, un desierto; pero lo conocido a medias, lo vislumbrado, es el lugar perfecto para hacer ondular deseo y alucinación”.
Agustín González Goytía, Álbum, curaduría de Leandro Martínez Depietri, Pasto, Buenos Aires, 10 de junio – 30 de julio de 2022.
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