En un punto intermedio entre el distópico futuro de La seule chose qui intéresse tout le monde (2021), en el que se trata de determinar el grado de humanidad de la inteligencia artificial, y el seguimiento de las huellas de un pasado literario en Sam (2015), Documento 1 de François Blais (Canadá, 1973-2022) se erige como la radiografía del anodino presente de dos jóvenes quebequenses que irán tras un sueño particular: conocer la ciudad de Bird-in-Hand utilizando como propulsor los aparatos que el Estado brinda con la contraprestación de escribir un libro que dé cuenta de su aventura.
Siguiendo el mandato común a ciertos personajes de las novelas de Thomas Hardy, Tess y Jude buscan luchar contra los desasosiegos de su propia existencia: pésimos trabajos, precarias condiciones de vida y una no desdeñable cuota de banalidad hipermoderna que los impulsa a viajar virtualmente a través de ciudades tan delirantes y cacofónicas como Nameless, Uncertain, Poop Creek, King Arthur’s Court, Hippo, Lower Pig Pen, Ordinary o Zaza. No serán sino estos paseos, que dan con un horizonte de búsqueda, los que les permitirán salir del desparpajo habitual, inyectando a sus vidas el grado justo de aventuras que andan necesitando. Una vez definido Bird-in-Hand como norte, ambos protagonistas ponen en marcha un plan de concreción.
Dentro del escenario que se les plantea, dejan atrás la posibilidad de vender un órgano vital al mercado negro y la de asaltar un local para, con la ayuda de un detestable vecino, convencer a Sébastien Daoust (intelectual de baja estofa enamorado de Tess, a quien intenta seducir vanamente después de hacerle leer su magnum opus: un tratado sobre el tiempo en la obra de Paul Valéry) para que les ayude presentándose como garante y así obtener el subsidio. Gracias a Daoust pueden llevar a cabo el tan ansiado viaje con su necesaria documentación.
Anclada en la realidad palpable del presente de las artes en general y de la literatura en particular (como sucede con los programas o maestrías de escritura creativa), Blais nos hace ver en su novela que la confección de una obra ha dejado de estar motivada por una preocupación acaso personal, para terminar siendo parte de la planificación y de los temas habituales de las fundaciones, los circuitos de mecenazgo y los fondos articulados desde órganos estatales. Como si de una puesta en abismo se tratase, Documento 1 sostiene la tesis de que para exorcizar todos estos mandatos se necesita contar con un sistema de espejos listos para reflejar exactamente lo que aquellos aparatos buscan, pero de manera invertida: la obra aprobada puede también ser un chiste sobre su condición de existencia. Esa, me parece, es la gran enseñanza que François Blais nos deja a poco tiempo de su desaparición física.
François Blais, Documento 1, traducción de Luisa Lucuix, Barrett, 2022, 224 págs.
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