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Antes de ingresar en Luz y Fuerza, un rumor nostálgico enciende el imaginario peronista de una parte del público: salarios altos, luchas obreras, derechos laborales, cohesión social (a la otra parte, quizás más numerosa, la referencia tal vez le traiga recuerdos sombríos). Sobrevuelan también ciertos nombres propios, como fantasmas ubicuos del paraíso definitivamente perdido. Agustín Tosco, por ejemplo, uno de los principales actores del Cordobazo, aquella insurgencia popular que aglutinó a trabajadores (con los mejores sueldos de la Argentina) y estudiantes contra la dictadura del general Juan Carlos Onganía. Tosco murió en 1975, enfermo, en la inadmisible clandestinidad democrática. Otra estrella rutilante fue Oscar Smith, secuestrado la mañana del 11 de febrero de 1977 y desaparecido hasta hoy.
Desde el hall central del Malba se puede distinguir el cartel luminoso que anuncia el título de la exposición, de formato similar, si bien con diferencias evidentes, al ubicado en Defensa 453, en el barrio de San Telmo, en la sede del sindicato a partir de 1965. Convengamos en que con esta carga ideológica resulta difícil visitar Luz y Fuerza (al menos para alguien mayor de treinta y cinco años) sin verse afectado por la memoria reciente de nuestro país y por la novedad de una Argentina en la que los emprendedores reemplazan eufóricamente a los obreros. Sin embargo, apenas superado el cartel, descubrimos que la promesa del título auguraba otra luz y otra fuerza.
Las esculturas colgantes de Carlos Herrera dominan el espacio inicial. Nunca se termina de identificar su condición, aunque un espectador sensible, con un mínimo de atención, evocará la calidad ritual de las piezas, plumíferas y floridas, símbolos de orden mortal y erótico. Las esculturas atraen la mirada hacia un cielo donde levitan seres de una belleza incomprensible.
Siguiendo la línea descendente, al fondo de la sala, como en un cuarto propio, se proyecta “Diario”, de Nicolás Mastracchio, video que expone su incansable búsqueda espiritual. El artista, con tonalidad cómica, prueba y desecha opciones, quiere encontrar un objeto de creencia en tiempos de escepticismo brutal, alejadísimos, de todos modos, de la escuela escéptica del siglo IV a.C. Justamente, Cristo falta. O Jesús, o Dios, o el Espíritu Santo. De ahí la necesidad de tapar (como sea) el Gran Agujero de la angustia.
Dostoievski informaba que la ausencia de Dios permitiría todo. En esas aguas naufragamos, sin Dios, sin timón, a la deriva, en el desierto. Naturalmente, el asesinato de Dios (los pares de zapatos de Ana Vogelfang, debajo de las esculturas de Carlos Herrera, acompañan ese duelo) notificado por Nietzsche en el aforismo 125 de La gaya ciencia habilita el surgimiento de dioses, valores y afectos renovados, camuflados, ¿espurios? Dígase: autoayuda, new age, coaching, management, mindfulness, formas contemporáneas de fe y lavado de culpas. Es conmovedora la cantidad de CEO devotos del alma que imponen, directa o indirectamente, el padecimiento de los cuerpos de miles, de millones. Pero este no es el lugar indicado, ¿o sí?, para desempolvar viejas diatribas ideológicas. Los arrebatos, presumo, deben ser efectos colaterales del título.
Por lo visto, se abre una escisión entre lo que Luz y Fuerza prometía (política, sindicatos, conflicto) y lo que en principio propone (espiritualidad, bienestar, animismo). Sin embargo, cabe esgrimir un reparo.
En las protestas de fines de la década del sesenta, estudiantes y obreros pretendían liberarse del yugo del Estado; reclamaban libertad, flexibilidad, conciencia de sí, valores casi mainstream en la actual fase capitalista. No lo invento yo. En El nuevo espíritu del capitalismo (1999), Luc Boltanski y Eve Chiapello plantean que la perspectiva nietzscheana (la historia avanza por combates sucesivos tras los cuales el bando ganador borra de la memoria que hubo una batalla y presenta sus enunciados como neutros, doxa, sentido común) no funciona para entender el presente, porque en el presente los discursos no combaten entre sí, sino que se trata del mismo discurso con el signo invertido. Es la contraofensiva capitalista: a partir de los años ochenta, las antiguas rebeldías legitiman el orden neoliberal.
Valen de modelo histórico los jóvenes del Mayo francés (muy cerca, tremendamente cerca del Cordobazo y del Rosariazo); con sus matices, exigían la flexibilización de la vida (menos dioses, menos instituciones, menos padres). En 2023, la flexibilización laboral es un hecho: la crítica a las jerarquías se volvió precarización, alcanza con pedir una pizza para comprobarlo. Esta continuidad vislumbrada tal vez explique por qué a nadie (ni a los mismos precarizados) les molestan demasiado sus padecimientos.
Volvamos a Luz y Fuerza (nunca nos fuimos). En el tránsito por las salas comienza a detectarse el núcleo conceptual de la muestra. El roce entre parodia y autenticidad, realidad y simulacro. ¿Hacia dónde señala la curadora, Lara Marmor? No hay manera de definirlo, más allá de la declaración de intenciones del texto curatorial. El clima tenso e incierto, a pesar de la pulcritud, ni siquiera se disuelve con la preciosa comunión de obras al final del recorrido, especie de altar pagano compuesto por pinturas y esculturas de Laura Códega, Daniel Leber y Roberta Di Paolo.
Enfrentada al altar, la obra de Mariana Telleria reproduce formas religiosas (que a su vez reproducen dijes) con cadenitas de oro, pero son piezas de una religiosidad equívoca, como de feria. Entre la broma y la liturgia, Telleria revisa la pluralidad de discursos contemporáneos comprometidos con la inclusión. Slavoj Žižek detectaba en estos discursos el intento de desplazar la lucha de clases como motor de la historia. Hoy podríamos actualizar aquel desplazamiento: la vida sana por la vida buena, la autoconciencia por la conciencia de clase, la voluntad individual por la voluntad popular. El viraje nominativo corrobora el cambio de época que se venía gestando desde los sesenta, y ahora es tarde, muy tarde, para lamentos (si de verdad correspondiera lamentarse por algo). Otras propuestas que abonan la hipótesis paródica de Luz y Fuerza son las de Martín Legón, Marisa Rubio y Paula Castro. Legón enmarca publicidades de Laboratorios Bagó que representan una vida radiante, artística, aunque sin más lugares que lugares comunes, estériles e higienizados. Rubio procede como profesora de mandalas, una práctica deglutida por el mercado, y expone su rostro sonriente, de pastora televisiva, junto a tres de sus producciones. Castro, ya desde el título, “Todo re bien, ok”, ironiza sobre los diseños de felicidad que difunde la tecnología.
Del lado de la auténtica espiritualidad aparece Diego Bianchi, que elaboró una escultura en homenaje a un sadhu indio conocido por levantar el brazo derecho durante cincuenta años y no bajarlo gracias a su devoción por Shiva, la diosa de la destrucción. Atravesada por la mística, Ana Won condensa un conjunto de saberes arcaicos e individuales para urdir piezas, afortunadamente, imposibles de clasificar. Lucía Reissig y Bernardo Zabalaga componen a dúo criaturas informes ligadas a la corporalidad y el empleo del tiempo. La pintura de Nicolás Domínguez Nacif indaga los estados de conciencia y la normalización perceptiva.
El mérito de Marmor radica en propiciar la connivencia entre obras con tradiciones y búsquedas absolutamente heterogéneas. De allí la incomodidad y la discordia; porque incluir no obliga a matizar ni a licuar los conflictos (un mundo feliz), sino a fomentarlos, ponerlos sobre la mesa.
En este sentido, existiría una tercera vía (para no desentonar, llamémosla tercera posición), compuesta por artistas que trabajan en una frontera ambigua entre los supuestos extremos, sin la pretensión de sintetizar nada. Eduardo Navarro y la inaprensible serie de dibujos producto de la traducción a imágenes de sonidos corporales captados por el estetoscopio; Bruno Dubner y una apuesta en la que el concepto y la religión comulgan en la fotografía; las tres pinturas de Belén Romero Gunset construidas según formulaciones de uno de los filósofos más problemáticos de la historia, Baruch Spinoza; y Gastón Pérsico, introduciendo la faceta literaria de Heavy Mental Rock, “Biblioteca apócrifa”, surtida con ejemplares de libros de autoayuda envueltos en tapas de reconocidas obras del pensamiento occidental, entre las que figura Una filosofía de la historia en fragmentos, de Ágnes Heller (el apellido Heller se lee en una de las fotos de Dubner) o El Anticristo de Nietzsche.
De una forma u otra, el filósofo alemán se las ingenia para figurar en cada párrafo. Por acción u omisión. Aportemos entonces a la tensa armonía unas líneas de su obra más perturbadora, el Zaratustra, un libro para todos y para nadie: “El dios de los ejércitos no es el dios de las barras de oro; el príncipe reina, pero el tendero gobierna. Por todo lo que es luz, y fuerza, y bondad, ¡oh Zaratustra!, yo te conjuro. Escupe sobre esta ciudad de tenderos y márchate de aquí”.
De hacerle caso a Nietzsche, comprobaremos que la leyenda “Luz y Fuerza” ha desaparecido del reverso del cartel, a diferencia de lo que sucede en la sede del sindicato, donde el transeúnte ocasional puede leer el nombre tanto yendo como viniendo. Esa ausencia indica un doble movimiento, corte y continuidad: de la luz y de la fuerza originales queda la huella, la traza de lo que alguna vez fue.
Con respecto a las ausencias, resta mencionar el último, y fundamental, detalle. Entre los binomios previstos por Marmor (“hombre/naturaleza, racionalidad/espiritualidad, mente/cuerpo”) sobresale una decisión curatorial riesgosa, y por tanto, notable: la abundancia de paredes blancas, sin obras. El cubo blanco reflexiona, vuelve sobre sí, remarca su vacuidad. Esa vacuidad cumple un rol idéntico a la raya en los términos de los binomios. El vacío separa, soporta, significa, como el vacío existencial incurable que nos constituye. ¿Cómo se cura el vacío? sería una pregunta vital para abordar la exposición. Una pregunta con triple sentido: político, ético y estético. Pero ¿no son esas tres cuestiones sobre las cuales venimos hablando desde el principio del texto y seguiremos hablando hasta el final de los días?
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