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Cierta esquematización de la literatura latinoamericana argumenta que, si un principio hubo de ordenar el universo de la escritura colonial, este fue el de la escritura jurídica. “La ley de la letra”, la llamó Roberto González Echevarría en su inevitable Mito y archivo, y la elevó a marco explicativo de las entretelas retóricas que subyacen a géneros tan dispares como la picaresca y la crónica de Indias. Vuelvo a este género de diagnósticos a propósito de Muchas veces dudé, última novela del peruano Luis Nieto Degregori, con la cual sugiere que tampoco alguna novela histórica de temática virreinal puede ignorar los derroteros de la ley y lo judicial.
Decir que Muchas veces dudé es una novela histórica y que, como toda novela histórica, irremediablemente enfrenta los problemas que la realidad documentada opone a la libre inventiva de la ficción no hace justicia al trabajo de Luis Nieto Degregori. El mundo de Muchas veces dudé es un mundo de distancias que un sentido contemporáneo de realismo y de lo epistolar volverá inverosímil, pero que los regímenes de espera, dilaciones e imprevistos de finales del siglo XVI tornan no solo creíble, sino origen de goces insólitos. En el centro de esa red, un protagonista ejemplar: aquel Guamán Poma de Ayala autor de la Primer nueva crónica y buen gobierno, de escritura y dibujo culminados en 1615, y que ha supuesto para los estudios andinos y coloniales, desde su redescubrimiento en Copenhague en 1908, la máxima interpelación crítica a sus sentidos comunes sobre autoridad intelectual y lingüística en el horizonte de los virreinatos sudamericanos. Guamán Poma, entonces, como escritor y dibujante, como autor seducido por un esquema de saberes que compromete no sólo la integridad de su biografía (¿dónde y cuándo nació realmente el autor?, ¿quiénes fueron sus padres?), sino que requiere, por mor de apuntalar su autoridad, que reorganice su ilustre genealogía —atravesada por nombres autoimpuestos y falsas atribuciones— y que imagine un universo que admita entidades tan peregrinas como un corregidor, un encomendero y un Real Consejo de Indias.
Degregori ha dado con Muchas veces dudé solución a dos problemas inquietantes para la novela histórica que mira con ansiedad el perfil de la hagiografía. El primero, ya arriba sugerido, es el de la verosimilitud, y su solución pasa por la elección del sujeto: si bien de Guamán Poma sabemos hoy más que ayer, lo que se sabe no llega a ofuscar la buena voluntad del inventor de circunstancias que decide, por ejemplo, que el día de la ejecución del Inca Túpac Amaru sea el mismo en que aquel conoce a Martín de Murúa, otro de los grandes cronistas del primer período de entresiglos colonial. O que sea un avatar de Diego Quispe Tito, don de la pintura cuzqueña del siglo XVII, quien junto con un joven Guamán Poma trabajara en las acuarelas de la Historia del origen y genealogía real de los reyes incas del Perú del propio Murúa. El segundo problema tiene que ver con la accesibilidad de un mundo fraguado por la ley y sus adminículos epistolares. Tal mundo es insoluble en la aritmética que traspone una vida de estudio y trashumancia a un volumen de menos de doscientas páginas, pero una trama paralela, protagonizada por académicos que descifran manuscritos como si el fantasma de Patricia Highsmith reverberara en sus pesquisas, vuelve posible la operación. El resultado tiene forma conocida (lectores que leen y lectores que leen lo que aquellos leyeron), pero su novedad tiene aún algo de esencial.
Luis Nieto Degregori, Muchas veces dudé, Peisa, 2022, 198 págs.
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