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El monstruo

Martín Servelli

LITERATURA ARGENTINA

El monstruo, de Martín Servelli, es una novela tan atípica que al final tiene un índice bibliográfico vasto y variado (desde Borges y Conrad hasta Luciano Lamberti o el boxeador Jack Dempsey), pese a que a lo largo de la obra no hay una sola cita. O, al menos, no en el modo tradicional de citar, con comillas y mención al autor, aunque esta sea una obra compuesta casi enteramente por pedazos de otras obras. Encontrar la referencia a Borges puede no ser tan difícil (“ando buscando a uno medio flojo y flojo del todo”, de “Hombres pelearon”), pero hacer la búsqueda pormenorizada de cada una de las citas parece una tarea titánica y, sobre todo, absurda. Por un lado, el marco de referencias estalla (hay canciones de rock, lunfardo, habla televisiva, lugares comunes y hasta miles de frases de los Beatles desperdigadas en inglés) y, por otro, la obra funciona como un todo, sin necesidad de erudición.

En el capítulo 17 de Frankenstein o el Prometeo moderno, de Mary Shelley, el monstruo le exige una novia a su creador y le promete que si tiene una compañera, se irá a “las vastas tierras salvajes de América del Sur”. Servelli cita este pasaje en el epígrafe y coloca al monstruo en Sudamérica, sólo que las “vastas tierras salvajes” son ahora la zona sur de la ciudad de Buenos Aires: Pompeya, Carabobo (Flores), Riachuelo, Dock Sud. El monstruo toma la voz y describe su aparición en un hotel de la calle Pomar, un despertar que lo encuentra “como una tabula rasa”. Como en la obra de Shelley, primero está el aprendizaje: si logramos entrar en el verosímil de que se pueda incorporar todo el conocimiento a través de una enciclopedia (imposible conocer el mundo sino a través de la adquisición del lenguaje, y esto lleva un tiempo que ni Shelley ni Servelli se toman), entonces el camino está allanado para la aventura: una frenética búsqueda encarada por el monstruo —bautizado Johnny— para dar con su padre y asesinarlo.

La estructuración en cuatro capítulos que refieren a cuatro barrios de la ciudad puede hacer suponer una exploración de los suburbios porteños: no hay nada de eso en El monstruo, que crea un terreno de fantasía, con bandas juveniles que visten guardapolvo blanco, remiten a las películas escolares del más vulgar cine norteamericano, hablan como barrabravas tangueros, se paran como cowboys y manejan los códigos de los punks. Ellos dominan Pompeya, son “los negros” y están enemistados a muerte con “los chetos de Carabobo”, identificados (no casualmente) con el color amarillo. La novela habilita una lectura en clave política, claro, pero su mezcla de lenguajes, su comicidad y sus extravagancias son tan profusas que es difícil detenerse a buscar los indicios de esta lucha de clases, que en cualquier caso no es nueva.

Las imágenes sexuales (en su mayoría aberrantes y cómicas a la vez) recuerdan a El fiord (1969), de Osvaldo Lamborghini; el ambiente, el tono y la socialización de los personajes, a Leonardo Oyola. Pero asociar El monstruo con un linaje específico sería limitarlo: el cocoliche que cruza todo el tiempo el registro culto con el vulgar y la experimentación del lenguaje se valen por sí mismos para crear una literatura tipo road-movie hilarante y muy poco habitual en las letras argentinas actuales.

 

Martín Servelli, El monstruo, Piloto de Tormenta, 2018, 116 págs.

24 Ene, 2019
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