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Mariana Graciano es rosarina, pasó una temporada en Buenos Aires y vive en Nueva York. Allí, Chatos Inhumanos editó Pasajes en 2017; y a fines de 2018 la editorial Baltasara lo hizo en el ámbito local. En la reciente presentación de la novela a orillas del Paraná, la mesa de bienvenida contó con la presencia de la poeta y narradora Beatriz Vignoli. Quizá no sea un dato menor pensando que Pasajes, asentada sobre una dominante narrativa, tensada en ciertos segmentos por imágenes de gran impacto y por una cadencia que evoca lo poético —“Escribir. Escribir. Escribo. Escribo. Aquí y ahora. Aquí y ahora. Estoy aquí. Estoy ahora. Soy ahora. Estoy. Estoy. Tengo miedo de soltar el lápiz. Tengo miedo de irme otra vez. Con el lápiz en la mano, habito esta silla, este cuerpo, esta mano, esta página”—, termina con lo que podría leerse como un singularísimo poema. Sofía Vázquez, la narradora y protagonista de este relato esquivo a las tipificaciones —¿nouvelle, diario personal, bitácora de una investigación; de todo un poco con criterio y muy buen tino?—, es una joven científica que viaja a Norteamérica con casi nada excepto una pasantía. Pese a que la mayoría de las entradas que componen el libro están datadas —el relato va de 2010 a 2015 y se sitúa en Buenos Aires y Nueva York de un modo geográfico, pero también sensorial—, en una fecha indeterminada cuya marca son tres asteriscos, Sofía empieza a experimentar aquello que la trastornará y la volverá objeto de un escrutinio paralelo: a la variación bacteriológica que estudia en el lab se sumará otra, propia y personal, de la que Pasajes es una especie de registro. ¿Pero es cierto que Sofía sufre alguna clase de mutación? Al desacople urbano y climático que el traslado Sur-Norte evidencia —“La relación mes-estación perdió toda coherencia”— se suman otros tipos de distorsiones. La idiomática, que el libro expone de un modo casi mimético al de la experiencia, intercalando fragmentos en inglés en una sensibilidad eminentemente latina; y esas paravisiones que Sofía denomina, en principio, “premoniciones”. Alarmada por la complejidad que azota su sistema perceptivo y emocional —¿vive sueños o experiencias?, ¿sus saberes inmediatos vienen de su pasado o de su futuro?—, la primera opción a mano de su espíritu científico es la de tomar notas, coleccionar evidencias y buscar conclusiones. Pero en tanto ella escribe, conjetura y se aferra a alguna hipótesis interpretativa que acierte con lo que le está pasando —amnesia, alucinación, cierta clase de envenenamiento producido por una biotoxina marina: un aspecto de Pasajes tiene aristas de thriller bacteriológico—, la seducción narrativa nos llega también por el modo en que esas vivencias completamente disruptivas están enunciadas. Hay que asomarse y leer cómo y con qué pericia se anotan —con extremada viveza y precisión— las torsiones que deslocalizan el relato para montarlo en una banda de Moebius espaciotemporal que superpone capas de recuerdos y experiencias, coexistiendo en un ahora ancho y juguetón. Sí: acaso resuenen en Pasajes los acordes de “Lejana”, el cuento de Cortázar en el que Alina Reyes, viviendo en Buenos Aires, se siente pobre y maltratada por un marido brutal en Budapest. Además de sus inquietantes particularidades, lo extraordinario de Pasajes es que la doble o la triple de Sofía parece ser ella misma.
Mariana Graciano, Pasajes, Baltasara Editora, 2018, 130 págs.
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