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En un librito extraordinario, Degas Danza Dibujo, Paul Valéry reconoce que observar, la mayoría de las veces, es imaginar lo que esperábamos ver. Esta elaboración perceptiva nada tiene de impugnable, al contrario, resulta ser la condición en la que el sujeto se enfrenta al mundo. Algo equivalente podríamos decir de la memoria (recordar es imaginar), y a su manera lo dice (y lo ejecuta) Andrés Di Tella en Prueba de cámara, especie de autobiografía, novela de iniciación, cuaderno de notas que le permiten al director de La televisión y yo volver a vivir, en principio, experiencias inolvidables.
El libro, en realidad, más que un conjunto de recuerdos, es una invocación de fantasmas que nunca partieron, una plegaria (probablemente infructuosa) para hacer las paces con un pasado que se empeña en durar: el padre (Torcuato), la madre (Kamala), el amigo de la familia (Ernesto), un amigo londinense de la infancia (George-Henri), en quien se condensan los miedos y las fantasías del autor.
Las historias que narra Di Tella son mínimas, sin grandes proezas ni grandes desgracias (salvo la desaparición de jóvenes durante la dictadura): una escena amorosa, una jornada futbolera, un encuentro casual, una charla, una discusión, algún fracaso, algún que otro éxito. Si el director quiso componer su mito de origen, es un mito bastante módico. Por todo esto se impone la pregunta: ¿qué nos convoca de un cúmulo arbitrario de recuerdos? ¿Cómo prendarnos de evocaciones ajenas? En definitiva, ¿por qué nos importa la memoria de otro?
No se me ocurre una mejor respuesta: el tono. El narrador navega entre lo íntimo y lo irónico, lo familiar y lo melancólico. Sabe, por ejemplo, que la juventud fue un tesoro divino, pero quedó atrás, sólo es posible evocarla. Sabe, a la vez, que sus memorias están marcadas por la invención, que lo que cuenta podría no haber sucedido y sin embargo insiste, como el documentalista consciente de que su presencia modifica el objeto a documentar. Así surge el principal enigma del libro: la economía de la memoria; los desvíos, las trampas del tiempo, del deseo, los temores, los anhelos, el capricho o la distracción, las restricciones propias de mecanismos ignotos.
Merece citarse una escena conmovedora, síntesis justa de las indagaciones del volumen: “Como si esa tarde de sábado de 1969 —escribe Di Tella—, con la luz gris pero brillante del ventanal del living de Redington Road, que dejaba ver los árboles de los jardines lindantes, como si todo aquello que ya no existe estuviera ahí todavía, y mi hermano y sus amigos, y yo, como colado privilegiado de estar en compañía de los mayores, siguiéramos compartiendo una y otra vez ese descubrimiento que me duraría toda la vida, como si aún estuviéramos ahí en el mismo lugar, tirados en la alfombra del living, escuchando por primera vez, calculo que al mismo tiempo que miles de chicos en Londres y de todo el mundo, ese último disco de los Beatles, interminable, incomprensible, increíble, todavía nuevo”. El intento es claro, por medio de la escritura Di Tella convierte (trata de convertir) las palabras en una escena de vida, como si el narrador se hubiera propuesto incorporar su recuerdo-invento al oscuro río de la memoria.
Prueba de cámara (screen test) es un ensayo audiovisual en el que se filma a un actor, objeto o situación a fin de evaluar cómo se ve ante la cámara. Pero en sentido figurado, podría servir como metáfora de un momento de experimentación, anticipo del porvenir. En el libro, Di Tella juega con esa noción para explorar el recuerdo como un ensayo de sí mismo frente al registro, donde lo efectivamente vivido aparece cruzado por la ilusión de verdad. De este modo, Di Tella termina componiendo una ficción privada que, paradójicamente, dice algo de todos nosotros.
Andrés Di Tella, Prueba de cámara, Entropía, 2025, 262 págs.
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