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Televisores es un libro singular y experimental a la vez; singular, por su trabajo formal y su apuesta a la reflexión sobre los procedimientos poéticos y ficcionales; experimental, porque es en sí mismo un proyecto de atención a la experiencia sensible, a la elaboración y reelaboración de la experiencia de vida y escritura. Este libro es también una forma novedosa de que los poemas vayan a la infancia, al inicio de toda la atención sensible, a ese baldío de lógica, tantas veces romantizado y aquí tamizado por una mirada lúcida y graciosa. Televisores consigue mostrar en un zapping de fantasmas las ruinas arqueológicas familiares, los vacíos, el ir y venir de la memoria y la conciencia; que, si bien pueden dejarnos desamparadxs, construyen, a la vez, casitas firmes para la voz de todos los poemas.
La historia comienza así: “voy a buscar algo sobre mi padre”. Una tarea detectivesca hacia el pasado que, escrita en una sucesión de relatos breves, no sólo indaga sobre el siempre escurridizo enigma familiar, sino que además recrea la posibilidad de una despedida, un duelo: “por eso armo la situación en la que lo despido. Chau papá. No quiero que aparezcas ni en figuritas”. En la narración de historias, escritas en prosa, cargadas de detalles luminosos que bien reponen la sensibilidad de una niña (“escondo en el pañuelo que puso en el bolsillo de su blazer una cucharita, para que cuando la saque se sorprenda y tal vez se ría”), se van tejiendo y destejiendo tramas familiares donde los personajes de mujeres tendrán una justa centralidad, de atención y cuidado. La estructura de los relatos es capaz de reponer ese susurro familiar, la obediencia serena de los mandatos que suena como el rumor de los televisores: ese murmullo social que ordena la sensibilidad y los afectos.
Televisores logra articular además una memorabilia que resguarda y rescata el valor de la imaginación. Allí donde la tradición sofoca, la ficción imaginativa será la rebeldía, el juego de pensarse de otra forma, al contrario, al revés: “Y si alguien me daba una orden en voz alta, yo tomaba la frase como un juego de palabras y para seguirlo hacía lo contrario”. La imaginación se muestra como la potencia capaz de desafiar la lógica imperante que nos ata a parentescos tan arbitrarios como los sueños: “Si es que la categoría hija existe por fuera de un sueño. […] Podría decir que soy hija de mi imaginación”. Una genealogía de la imaginación, una fábula del abandono, construida con una voz cariñosa y ocurrente. En ella se cosen los retazos arbitrarios de lo que recordamos, de lo que fantaseamos; los gestos, los chistes, un dibujo de un galgo atropellado, el olor perfumado de las maderas, una jarra, una miel, acordes de guitarra, las mentiras sobre la muerte de las mascotas, un sapo que transforma huesos de pollo en estrellitas: las imágenes que sedimentan caprichosas como si pudiéramos ir a nuestro pasado scrolleando una pantalla.
A modo de epílogo llegamos a “Anotaciones”, un apartado final con frases que reflexionan sobre el proceso de escritura, la costura de los poemas. Una especie de cuaderno, bitácora de procedimientos, además de invocación de otrxs escritorxs que iluminan la propia producción: Levrero, Lasky, Olds, Zurita, Walsh.
Televisores nos trae, así, una escritura consciente de su potencia performativa: escribir para crear mundos, inventar despedidas que, aunque negadas, pueden recrearse en el mundo hondo de la imaginación; como dice Luzzi citando a Walsh: “la posibilidad de reconstruir un evento real usando los elementos de la literatura”. Justamente lo que queda de manifiesto es el trabajo con la escritura y sus posibilidades, la poesía como refugio de toda catástrofe.
Gabriela Luzzi, Televisores, Caleta Olivia, 2020, 92 págs.
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