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El argumento es conocido, no menos porque no se cansó de repetirlo Albert Speer —Ministro de Armamentos de Hitler y arquitecto del Tercer Reich— luego de salvar el pescuezo en Núremberg y dedicar el resto de sus días a lavar su imagen: el aceleramiento tecnológico desbocado había sumido a los técnicos no sólo de la Alemania nazi, sino de toda Europa, en una indiferencia ética ante las consecuencias de sus actividades anónimas. A todas luces una idea romántica; el hombre se arrebató metódicamente de la naturaleza, sometiéndose a los acordes de una razón mecánica. De esta idea y sus implicaciones son corolario cada una de las vidas que componen la trama de Un verdor terrible, tercer libro del chileno Benjamín Labatut que en su paratexto es definido como “una obra de ficción basada en hechos reales”, en la que “la cantidad de ficción aumenta a lo largo del libro”.
En efecto, la realidad se despliega tanto en los bosquejos biográficos de sus personajes —en su mayoría históricos, entre los protagónicos encontramos, en orden de aparición, al químico Fritz Haber (en el ensayo “Azul de Prusia”), al físico Karl Schwarzschild (en el cuento sobre su Singularidad), los matemáticos Shinichi Mochizuki y Alexander Grothendieck (y su ficticio cruce de caminos en “Corazón del corazón”), a los padres de la mecánica cuántica Erwin Schrödinger, Werner Heisenberg y Louis de Broglie (en la irregular novella “Cuando dejamos de entender el mundo”), además de algunos actores de reparto no menos importantes como Albert Einstein o Niels Bohr—, como en el discurso científico que informa el relato y que permite las espectaculares maniobras de verosimilitud que logra Labatut. En los intersticios de estas vidas migrantes y abreviadas, se va colando la literatura, subrepticiamente, hasta dominar las últimas páginas; ese avance es directamente proporcional al nivel de abstracción del tema científico que se trata, desde el advenimiento del Zyklon B hasta los fundamentos de la física moderna. Cruza el libro la noción de una ansiedad inefable, producto del coqueteo científico con ese abismo que no pueden del todo explicar sus teoremas, y que alcanza su epítome en la tensión entre la previsibilidad del modelo cuántico y el principio de incertidumbre de la física moderna. Hay en el texto ciertos atavismos —el genio atormentado, los giros copernicanos, el efecto eureka— que nos llevan a preguntarnos si es acaso posible, al menos desde lo literario, imaginar una ciencia desembarazada de esos sobrentendidos. Labatut sin duda da los pasos correctos hacia una respuesta, y asoma a través del detalle, por ejemplo, que muchas epifanías no son más que accidentes y que los pactos faustianos no son nunca individuales, sino que los firma una comunidad.
Lo cierto es que los puntos más intensos de Un verdor terrible son sus dos extremos: la pieza que abre el libro y su entrañable epílogo. Aquello no es casual, si hacemos caso de la advertencia ya citada sobre la ficción expansiva. En “Azul de Prusia”, la prosa es límpida y se arroga completamente su carácter de verdadera (o hábilmente verosímil), instalando fríamente un despliegue a gran escala de las rutas del cianuro, que nos llevan de la invención de un pigmento sintético a la producción del Zyklon, no sólo como pesticida, sino también como sello de Auschwitz y boleto sin retorno de aquellos nazis reacios a Núremberg. Desde esos horrores, desde esa escala, al llegar al epílogo, que es un clásico cuento de corte autobiográfico, la ficción se ha hecho cargo de estrujar el siglo XX, así como también de hacer doméstica la sombra que los males del siglo pasado han arrojado sobre nuestros días.
Benjamín Labatut, Un verdor terrible, Anagrama, 2020, 224 págs.
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