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La llamada

Leila Guerriero

LITERATURA ARGENTINA

“‘No entiendo por qué te interesa Silvia Labayru. ¿Qué tiene de singular?´, dice una persona que me da información y me recomienda lecturas relacionadas con el tema: ‘No sé qué le ves´. Hay una pregunta que hacen siempre: ‘¿Por qué elige las historias, con qué criterio?’ Quizás con el peor de todos. Una abstrusa y soberbia necesidad de complicarse la vida y, al final, vencer. O no”.

Hay un arte en la mirada de quien descubre lo que otros miraron al pasar. Pero Leila Guerriero sabe que lo primero que hay que poner patas para arriba, en el amado —y vapuleado y precarizado— oficio del periodismo, es el de cualquier lugar común o modelo previo de lo que los manuales definen como de “utilidad pública” o como “noticias de interés mediático”. De su obsesión por aquellos suicidas patagónicos, cuando esos hechos habían pasado desapercibidos para el país, a aquel bailarín de malambo en un pueblo cordobés desconocido, cuando a nadie en principio podría interesarle la vida de alguien tan pintoresco, pasando por las excentricidades del pianista Bruno Gelber, cuando su historia sólo parecía importar al estrecho mundo de la música clásica, la cronista vuelve a confiar en la potencia de la mirada: hay tanta riqueza y tantos planos de profundidad en lo real que es imposible sustraerse a sus infinitos recovecos, fisuras y deslumbramientos.

Ahora, en la magnética La llamada. Un retrato, es el turno de Silvia Labayru, la mujer que fue secuestrada a fines de 1976 por militares y trasladada a la ESMA, donde tuvo una hija que luego fue entregada a sus abuelos, y que fue torturada, obligada a realizar trabajo esclavo, violada una y otra vez y, como si esto fuera poco, forzada a actuar el papel de hermana de Alfredo Astiz. En el libro se pone en primer plano una durísima condición: la del sobreviviente. Un tema abordado en libros como el de Marco Bechis con un título más que sugestivo: La soledad del subversivo (2023).

Ahora bien, ¿qué distingue a esta sobreviviente del horror, qué la hace singular entre las otras? Leila Guerriero ausculta a Labayru y viceversa. Es imposible para la periodista prescindir de la primera persona, explicitar la manera en que la conoció y fue entablando un vínculo de confianza siempre en el límite de la fragilidad. No hay una pizca de idealización ni ponderación de su lugar de mártir. El dedo en la llaga es ese lugar que para otros fue de posible “colaboracionismo”, un punto que se aborda delicadamente. Labayru aparece rebelde, huye de la víctima eterna. Su voz es incómoda, y Guerriero sabe que de cerca nadie es normal ni mucho menos perfecto: allí están también sus prejuicios, sombras, huecos. La lección de ver desde muy cerca para después contar desde lejos.

“Hace una pausa. Ha hecho esto muchas veces: todo hace pensar que —redoble de platillos— se va a producir una revelación, pero después dice lo mismo que ya ha dicho antes”, escribe Guerriero, dejando claro que Labayru no es una cabeza parlante: el personaje es más interesante en su compleja psicología, en los vaivenes de su memoria, en los caprichos de sus rituales. En esa porosa gestualidad que se echaría a perder sin una escucha atenta y una observación clínica, tan fría como respetuosa en una sucesión de encuentros y entrevistas en las que va mutando la perspectiva de las cosas y de la comprensión de sí misma y de Labayru; su largo periplo del calvario hacia una posible redención, no exenta de dolores y heridas casi imposibles de cicatrizar.

La llamada —curiosamente un éxito de ventas en España, ya en su cuarta edición— aparece en un momento excepcional y único en la historia: es la primera vez que un gobierno surgido del voto, el de Javier Milei, reivindica la dictadura militar. Labayru fue militante de Montoneros, fue hija de un militar —que le salvó la vida en la “llamada” a la que alude el título del libro—, fue repudiada en su exilio en España, fue elegida por su hipnótica belleza por los verdugos, un caso paradigmático de delitos sexuales en los juicios de lesa humanidad. Fue esas y muchas cosas más, un irrefrenable torrente de vida hasta haber reencontrado un amor perdido; una mujer tan inteligente como impactante, que Guerriero decide retratar entrevistando además a casi cien personas en ese fascinante borde de lo ordinario y lo extraordinario, lo perdido y lo reconstruido. Pedazos, esquirlas, fragmentos de un mundo urgido de ser contado. Un retrato filoso, espeso e imprevisible de Labayru —nunca Guerriero deja de ir al hueso, de atender a todo aquello que para otros podría ser una pérdida de tiempo, nunca deja de mirar al sesgo—, con cuotas de humor y desolación, de pequeñas desventuras de una vida que parece de novela pero es tan real que asusta.

 

Leila Guerriero, La llamada. Un retrato, Anagrama, 2024, 432 págs.

23 May, 2024
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