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Escritor del tránsito, de la avenencia necesaria entre dimensiones que comercian sentidos todavía más reales que cualquier mercancía convencional, M. John Harrison quizás nunca haya explorado con tanto esmero la violencia litúrgica del pasaje como en esta última novela. Contrapuesta a la bibliografía del creador de la trilogía Viriconium, La tierra hundida ya vuelve a levantarse es al mismo tiempo otra ficción sobre mundos colindantes y un recorte en primerísimo primer plano de lo que ocurre justo antes de que el contacto se haga efectivo, el túnel se abra y los migrantes de turno se decidan a dar el paso que ya después no podrán deshacer.
Mientras se atraen y se repelen en una serie de noches compartidas, mudanzas divergentes y correos que se apilan en la bandeja de no leídos, Shaw y Victoria tantean las fronteras de ese cruce último. A él, cincuentón traspapelado, que nace a la novela como despedido de una bruma tanto biográfica como metaliteraria —después de todo, ¿de dónde vienen los personajes si no es de la bruma de las mentes que vivencian y conciben?—, lo acecha la figura en el tapiz que no logra descifrar en su errancia por trabajos y pensiones. A ella, cuarentona exasperada por dar con lo que sea que le falta, el misterio le llega envuelto en la herencia de una casa de fisonomía pueblerina y ángel kafkiano: delimitada por fuera, infinita por dentro. Las criaturas que giran alrededor de ambos —el conspirativo Tim, la médium Annie, la iniciada Pearl— saben más, pero no necesariamente saben mejor. Y el lector tampoco. Del enigma Harrison ofrece apenas sustratos, lo que puede atisbarse de este lado de las cosas, bajo las formas rigurosamente evanescentes que esconden los ríos, los estuarios, los charcos, las canillas que pierden, las botellas, las tazas de los inodoros. “Es todo muy poco específico”, se queja Victoria en un mensaje que Shaw leerá cuando sea demasiado tarde.
Al volcarse sobre Londres y los condados de las Midlands, esa imprecisión contrasta con uno de los procedimientos favoritos del autor de El curso del corazón (1992): la exactitud con que describe lugares y los vuelve extraños, un truco que funciona especialmente cuando el paisaje designado es la ciudad capital. Contra la proliferación de calles con sus nombres y de barrios con sus hitos —casas de comida exótica, muelles carcomidos, bazares tenebrosos—, rezuma la sospecha de que no es una sola la Londres que se está narrando. El componente maravilloso se trasluce mientras el otro mundo oscila en el gramaje exiguo de la superficie realista. Si se recuerda que Dunsany y demás pioneros agitaban manifiestos sobre la grisura de la urbe y la premisa de atrapar la inspiración fuera de ella, llegado el momento habrá que reconocerle a Harrison su influencia decisiva en la transformación de las napas profundas del fantasy.
Que en el horizonte de la novela flameen el Brexit, los rumores todavía activos del desplome inmobiliario de fines de los 00, el trance ecológico y cierto clima de sinsentido que la vacuna contra el covid no terminó de erradicar —la edición anglosajona se publicó originalmente durante la pandemia— aumenta el efecto de premura. Sazonada por la traducción colorida y siempre musical de Marcelo Cohen —otro maestro del tránsito de las palabras y las emociones que ellas celan—, la incursión más reciente del último gran escritor inglés avisa que la tierra que volverá a levantarse es sólo una de las muchas que pisamos. Descubrir cuál exactamente ya es parte de la aventura propia, y esa respuesta no está en ningún libro.
M. John Harrison, La tierra hundida ya vuelve a levantarse, traducción de Marcelo Cohen, Sigilo, 2022, 304 págs.
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