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Nadie tiene la receta para escribir un clásico. Hay, si se quiere, ingredientes que pueden invitar a pensarlo, pero no dejan de ser eso: ingredientes, una parte de la mezcla. Es decir, no son nada sin una mano que los ordene. Y para escribir un clásico se necesita una buena mano, la mano de un mago, lo que en literatura llamaríamos el “cómo”. Con una vidente y un secuestro, un autor cualquiera se quedaría en el lugar común (sufrimiento, rescate, redención). Mark McShane, en cambio, escribió un clásico.
Sesión en una tarde de lluvia cuenta la historia de Myrna Savage (el apellido define al personaje: salvaje), una espiritista con ansias de reconocimiento, y Bill, su marido sin apellido, un pobre hombre sin atributos ni trabajo, o, mejor, cuyo trabajo es vivir por y para su mujer. Resulta que a Bill se le ocurre un plan, el Plan, en mayúsculas, para que Myrna tenga el reconocimiento que se merece como vidente. ¿Cuál es el Plan? Secuestrar a la hija de seis años del Sr. Clayton, un empresario adinerado del pueblo, para que luego sean Myrna y sus poderes sobrenaturales los que la encuentren y así obtengan el tan ansiado reconocimiento. No importa el medio; importa el fin, para ellos, honorable. Ese es el Plan inicial, pero, como diría el padre de familia en Parasite, el único plan que no falla es el que no existe.
Ese es el argumento inicial, el punto de partida, pero un clásico es mucho más que un argumento. Lo importante es lo que se construye a partir de eso y McShane construye una novela sin fisuras, que dispone de todas las herramientas a su alcance (espacio, elementos, situaciones en apariencia, sólo en apariencia, menores) para dotarla de un ritmo que no para nunca, que avanza continuamente hacia lo desconocido. Así, el paisaje gris —el clima opresivo—, una habitación escondida o el ruido asfixiante de una moto vieja alimentan la tensión y dejan sin aliento al lector.
Lo increíble de Sesión en una tarde de lluvia es que, aunque se sabe de entrada quiénes son los culpables y qué fue lo que pasó, atrapa en todo momento. Porque lo que genera suspenso es qué les va a pasar a los protagonistas; el misterio a develar no es quién cometió el crimen (no hay secreto), sino cómo van a caer los culpables. McShane, con una prosa clara, transparente, usa una tercera persona bien pegada al matrimonio, que lleva al lector de la mano a puro suspense y ritmo hasta el final. Un final espectacular que el autor prepara a lo largo de todo el libro y que, cuando llega —a partir de las últimas veinte páginas—, no se puede creer ni soltar. Esa escena final, la acción que da título al libro, es, sencillamente, magia pura: la magia de la literatura.
Mark McShane, Sesión en una tarde de lluvia, traducción de Teresa Arijón, La Bestia Equilátera, 2022, 208 págs.
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