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Feminismo, deconstrucción, psicoanálisis, biología, psicofármacos: los temas y tradiciones que entreteje este ensayo de la teórica australiana Elizabeth A. Wilson, el primero de sus libros en ser traducido al castellano, son en verdad sumamente diversos. Pero es en esos cruces donde se juega, de hecho, la apuesta crítica y más original de Feminismo de las tripas.
Con un tono abiertamente polémico, Wilson toma la depresión como punta de lanza para abordar dos grandes problemas: por un lado, el viejo rompecabezas de la relación entre lo biológico y lo psíquico, entre la materia y la mente; por el otro, el lugar de lo negativo, de la amargura y del daño en los feminismos y las teorías críticas. A lo largo de sus seis capítulos, retoma autores y argumentos diversos para hilar una serie de hipótesis provocadoras y “disonantes”: nuestra biología no es materia inerte, sino una fuerza activa y fantasmática, y el intestino es también mental (existe, así, más de una forma de “vida interna”); hay dentro del feminismo un miedo a la biología y al conflicto; es preciso ensayar otros tipos de análisis y de respuesta a los psicofármacos, más allá de la sospecha y la denuncia, y no hay demarcación ni clara, ni pura, ni estable entre el placebo, el remedio y el veneno. Entre entrañas y estado de ánimo, entre pastillas y palabras, sostiene Wilson, las conexiones son complejas, múltiples y profundas. La tesis central acaso sea que lo personal también es biológico y que lo biológico también es político, ya que “la biología no es sinónimo de determinismo y lo social no es sinónimo de transformación”. En su conjunto, Feminismo de las tripas opera una vuelta sobre la clásica consigna feminista “la biología no es destino”, en una iteración que —como toda iteración— produce al mismo tiempo una diferencia, una novedad.
Hay, sin embargo, algunos problemas que señalar: desde su lectura por momentos injusta de aquellas feministas a las que acusa de “biofóbicas”, pasando por cuestiones de método (¿qué significa, en verdad, tomar los “datos” empíricos “seriamente, pero no literalmente”?, ¿es sólo una excusa para retomar teorías biológicas ya desacreditadas sin pensárselo dos veces?), hasta el uso instrumental, a veces casi insensible, que hace de un tema complejo como la depresión. En efecto, tal vez el punto más débil de Feminismo de las tripas sea que —a contramano de lo que suele evocar la idea de un saber “de las tripas” — parece perder de vista la pregunta que ya hace veinte años Donna Haraway recuperaba de la socióloga Susan Leigh Star: ¿cui bono? ¿A qué formas de vida busca atender y dar lugar este ensayo? En los últimos capítulos, especialmente, ese norte se desdibuja un poco. Con todo, se trata de un ensayo estimulante, audaz y también, sí, en varios puntos discutible, pero en el mejor sentido: constituye un insumo valioso para discusiones que, aunque tremendamente difíciles, nos hace mucha falta dar.
Elizabeth A. Wilson, Feminismo de las tripas, traducción y prólogo de Ariel Martínez, Club Hem, 2021, 315 págs.
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