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Carlos Battilana publicó su primer libro en 1992. De ahí en más, su escritura no se detuvo. Es un poeta prolífico. Actos mínimos es un libro que mezcla la reflexión en torno a la poesía (lectura y escritura) con breves anécdotas autobiográficas y delicados relatos. Por ejemplo, el texto que abre el volumen se llama “Trance”, el narrador habla de cómo vio bailar las palabras, y se refiere puntualmente a un poema de Alda Merini. Luego habla de cómo vio a su hijo levantando los brazos y corriendo en el puerto de Quequén, transformando su cuerpo en plumaje blanco en medio del cielo. Todo esto en siete renglones. Esa concisión está presente en todo el libro. Elige palabras simples para abordar reflexiones poéticas, no exentas de nostalgia, que evitan cualquier grandilocuencia o referencia académica. Conversando con Carlos, luego de leer su libro, le dije que sus textos transmitían paz. Ahora, pienso que esa paz de la que le hablaba a Carlos está relacionada con una predisposición a narrar pensamientos asociándonos como lectores, invitándonos a que pensemos juntos.
Vallejo, Darío, Martí, Baudelaire, Matsuo Basho, Padeletti, Kavafis, Pizarnik y muchos otros poetas aparecen nombrados y se reflexiona sobre ellos. En “Los leños”, por ejemplo, dice: “Leemos a Baudelaire en la adolescencia y lo recuperamos en la adultez, cerca del final. Leerlo en la adolescencia (blasfemias, provocaciones, desolación, humo urbano) es reconocer un futuro para la escritura de quien comienza a escribir. ¿Qué significará releer su poesía, ya adulto, cuando el nombre de Baudelaire está implícito en nuestra vida y en nuestras lecturas? Lo reconocemos, finalmente, como hermano”.
En este sentido, Actos mínimos es un mapa, un diario de lecturas en donde se tejen alianzas. También se puede decir que es un libro de homenajes. El libro está dividido en dos partes: “Trance” y “Diario del mundo flotante”. De esta segunda parte, me gustaría destacar un texto que se llama “Viene y va”. En él, el narrador cuenta un viaje a San Clemente del Tuyú. “Turismo pobre antes de tomar decisiones. Cuatro días en un pequeño hotel”. Es una aguafuerte que relata detalladamente un paisaje y las rutinas personales y las del balneario. Nunca vamos a saber cuáles son esas decisiones que se mencionan al inicio. El final es cuando el narrador se sube al Chevallier y, ya sentado, nos dice que “la vida se pasa sin saber casi nada”. Este relato, en el que asistimos a la experiencia tranquila del protagonista que deja pasar el tiempo como quien respira, se puede leer como una modesta declaración existencial, una manera de estar en el mundo. En este sentido, esta es una de las claves de Actos mínimos: el poeta/narrador nos está enunciando cuál es su elección (moral y vital) para recorrer sus días en este planeta.
Otro texto íntimo, muy breve, de “Diario del mundo flotante”, es “Pescadito”. Ella le cuenta al narrador cómo disfrutaba, en Concordia, en el club El Progreso, de la pileta. Le cuenta que le decían “pescadito” y que a ella le gustaba que la llamaran así, que le gustaban el agua y el sobrenombre que le habían puesto. En esta pequeña confesión anida un poema de amor sin nombrarlo.
Por último, quisiera detenerme en un texto clave de este libro: “Navidad”. En él, Battilana marca la diferencia entre religión y religiosidad y se atreve a decir que Walter Benjamin, que como buen marxista no practicaba ninguna religión, tenía un sentimiento de religiosidad sobre el mundo. Y, luego, continúa: “La religiosidad se asocia al estado de asombro, y también a un estado de gracia y de agradecimiento por la lucecita en la mañana que se filtra entre los árboles”. En este punto, podemos afirmar que Actos mínimos es un libro escrito desde la religiosidad. O sea, desde el sereno asombro que puede cultivar un poeta que hace años recorre las rutas de la poesía como Carlos.
Carlos Battilana, Actos mínimos, Kintsugi Editora, 96 págs.
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