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A veces uno choca con un libro que no da más opciones que elevar las manos al cielo y decir: “No tengo ni la menor idea de qué se trata”. Ha sido el caso de este lector con El sueño de la vaca y el tatuador de camellos, pero eso no significa que no haya sido una aventura muy disfrutable.
Ostensiblemente, cuenta la historia de un dramaturgo fracasado con el nombre sugerente de Notre Dame, el dueño del sueño referido en el título, y su viaje accidentado de Buenos Aires a la costa para la producción de una obra suya no terminada y olvidada hace años. Es muy obvio desde el principio que en esta novela la coherencia narrativa no es una prioridad.
De hecho, nuestras narradoras, que al principio tomamos por las productoras de esa obra pero que en el curso del libro resultan ser algo bastante distinto (¿musas?, ¿bacterias?), son explícitas en ese sentido: “Nos olvidamos de todo y en lo único que pensamos es en la muerte. No en la muerte como lo que va a suceder sino en la muerte como lo que sucedió. No la del final, sino la del principio. Así es como medimos el tiempo… vivimos en la confusión que segregamos y nos alimenta”.
Así que el lector está debidamente advertido. La narración sigue en esta veta, saltando en el tiempo de un tema a otro, formando una tela de retazos de distintas historias y memorias, salpicada con prevaricaciones del tenor de “No sabemos si…”, “Quizás una cosa tenía que ver con la otra…”, “nos gustaría saber si…”, etcétera. Dado que muchas de las escenas retratadas tienen lugar en los mundos del sueño, el teatro/cine y, mayormente, el circo, se tendrá una idea de la atmósfera onírica, surrealista, absurdista o hasta patafísica que Alemian ha creado.
El desafío para un texto con un planteo así es el siguiente: si todo es esencialmente performativo, una pantalla tras otra tras otra, con una multitud de referencias más o menos ambiguas y series de escenas que no tienen mucho que ver entre sí, sobre las cuales el autor se ha reservado el derecho de cambiar el sentido cuando quiere, ¿por qué le tendría que importar al lector?
Las respuestas son múltiples (la primera, obviamente es que no, no tiene que importarle para nada, y hay muchos lectores que dejarían este libro después de unas páginas) y relacionadas con el peso (estético, emocional, intelectual…) de los fragmentos ofrecidos, o las ideas sugeridas.
Según este criterio, El sueño… es exitoso en muchos momentos —las memorias de Notre Dame del circo familiar son vívidas y entrañables, mientras muchas de las imágenes más oníricas tienen un poder cautivante— y lo que gradualmente se desprende es una exploración de la noción de la creatividad misma; algo tan elusivo y propenso a fracasar como la vida; uno piensa en la idea de Keats de chispas de inspiración cayendo del firmamento o, como lo dicen las narradoras de Alemian: “Somos como cientos de luciérnagas revoloteando en la penumbra de un bosque, el parpadeo del aire, un lienzo sin centro”.
Ezequiel Alemian, El sueño de la vaca y el tatuador de camellos, Blatt & Ríos, 2022, 136 págs.
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