En compañía de Antonin Artaud

La encarnadura del ser y del quehacer poético ha sido una constante en la obra de Mercedes Roffé (Buenos Aires, 1954). Las indagaciones sobre el rol que ocupa el poeta la han llevado a cuestionar ciertos lugares o nichos en los que recae esta figura y así fijar algunas coordenadas: ¿poeta es un momento (digamos, cuando se está ejecutando el oficio) o bien un yo, una persona?
En Glosa continua, confiesa: “Entiendo [el ser poeta] como la conjunción de una vocación y una técnica en cruce con un particular momento”. Ordena, a su vez, el sentido de las frases de otros para hacernos llegar su cosmovisión; así, aguas abajo en el libro “troca” una frase de Ernst Jünger: “El poema es un sueño que el lenguaje ordena intelectualmente” por “El poema es un sueño que el artista ordena”, edificando un puente dialéctico entre quien escribe y lo escrito.
En algunos pasajes del libro anida la cuestión de la extranjería y el nomadismo. De la primera trae a colación una pregunta que le hacen en la Universidad de Barcelona: “Usted, como poeta argentina, ¿qué ve cuando mira hacia atrás?”, a la que responde con astucia y algo de malicia: “La vega del Tajo y los campos de Castilla”. De la segunda nos hace razonar que el “nomadismo” en la poesía es el encadenamiento formal —o no— de palabras que hacen de la transición el brillo de la palabra escrita; es decir, el carácter nómade de quien escribe (algo que está estrechamente enlazado con el tema de la extranjería o, si se quiere, con la idea de pertenecer a un lugar determinado) no interesa, lo nómade está en aquello que justamente se buscar reapropiar.
A mi juicio lo más interesante de este libro está en la estructura; por medio de citas, epígrafes, pensamientos de corto o largo aliento, Roffé cimenta su programa. Dual y por momentos paradójico: es un programa en cuanto existe una intención de poner en escena sus indagaciones, no siempre en el plano de la poesía (o bien al revés, en un todo que está perimetrado por la poesía); la paradoja es que las indagaciones no están dispuestas en un orden: luego de una sentencia á la Markson, “Se trata de crear el espacio de una vibración”, surge una reflexión de Cioran y el cuerpo; después de una anécdota que incluye a Satie (“Dicen que, a la muerte de Satie, se encontraron en su habitación —a la que nunca había dejado entrar a nadie— cuatro mil dibujos e inscripciones en ínfimas cartulinas cuidadosamente ordenadas en cajas de cigarros”), aparece una broma con buen tino: “Alguien apunta bajo el epígrafe (por demás apropiado) Neruda kitsch: ‘Quien huye del mal gusto cae en el hielo’. Lo cual no es justificación para caer una y otra vez en el mal gusto”. Y así va desplegando sus dotes, como si uno se dejara llevar por los pensamientos que operan como intervalos en el flujo del acontecer diario.
La glosa continua de Roffé acaba siendo un ensayo fragmentario e iluminado: poesía en estado de pregunta que se desentiende de la ruptura inercial de los comienzos y de las fatigadas conclusiones de los finales.
Mercedes Roffé, Glosa continua, arte de Florencia Bohtlingk, Editorial Excursiones, 2018, 96 págs.
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