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“Soy desinterés”, así arranca el segundo poema de La voz de nadie, la flamante apuesta poética del cantante y líder de los Babasónicos, Adrián Dárgelos. A cinco años de Oferta de sombras (2019), donde se propuso desacreditar la integridad del orden establecido, esta segunda incursión en la desnudez de las palabras lo encuentra, en principio, menos dogmático y más atento a los silencios y a los blancos de la página.
A veces con mayor soltura, otras a través de máximas, Dárgelos va desplegando en pequeñas dosis altas combustiones de budismo zen. Por ejemplo, “envidia que resbala / como gota de viento”; o si no, “todo lo que existe / es lo mismo”, podemos citar.
En el cierre de uno de los primeros tramos del escueto libro (cuarenta y algo de páginas), leemos: “Después de no existir, / se apaga el miedo, / la lengua que somos, / el ruido que perdimos”. Pareceríamos ser testigos de un ejercicio de vaciamiento. El momento más explícito es el poema “Carbono”: “Seré / polvo, humus / y tal vez / humo”.
Aunque este proceso de levedad es asimismo paradojal. Es que si bien podemos observar varias y explícitas críticas a la hoguera de las vanidades —con poema titulado “Trabajadores del ego” incluido—, una marabunta de situaciones e imágenes blanden las aristas de una tarea dedicada a la lucha, a la diatriba.
Así surge la figura sugestiva de “los plegados”: “los plegados somos: / un trauma con dobleces, / una dirección inhallable, / excombatientes de alguna causa; / los plegados somos / huellas en arcilla mezquina”, leemos. La memoria es puesta en el banquillo como una incrustación de traiciones y podredumbre.
A veces cabalgando en sentencias, otras labrando mecanismos de discernimiento, Dárgelos va arrinconando a la bestia —¿el mundo como sistema perverso, como agente desquiciado? — en versos punzantes. Algo de samurái cyberpunk que enfrenta a la mole de piedra y la esculpe a dentelladas. A veces con comas de más, otras con comas de menos. En ocasiones, alguna comparación queda lejos de su empleo. A veces con alocuciones en primera persona singular, otras en primera del plural. Pese a esa búsqueda o intención de vacío, Dárgelos no puede con su lámpara de genio corrosivo.
Esto posibilita que podamos avistar también varias y explícitas críticas al capitalismo, aunque resulten llamativas las invocaciones al dinero en varias de sus formas y símbolos (billetes, papel moneda, crédito, hambre, carencia, vuelto, etcétera). “La palabra es plata. / El silencio es oro. / El ritmo platino. / La canción diamante”, leemos. El poema más tajante es “Vida a crédito” (con Louis-Ferdinand Céline en el espejo retrovisor): “La explotación / nos volvió gordos, / lentos y despiadados. / La rutina de comer / amanceba”.
Hasta en el susurro del mandato familiar Dárgelos le pasa factura al pasado para no repetir ese desdén: “Me crie a la sombra de un padre / a la sombra del ascenso social. / Vagué en la zona de la profunda sombra”.
En tanto, su bisturí va despedazando lo que se cruza con cierta acidez, una mordacidad que se torna premonición. Así, en ese tinglado de imágenes oscuras o certeras, en ese cotejo de instancias reparadoras con otras de tinte terminal, Dárgelos va esgrimiendo una suerte de manual de guerra.
“Voces que nos llaman a un naufragio, / a buscar entre cadáveres de un accidente. / […] Hermanos llamados a pegarse un tiro en los pies / para seguir su destino andando”, leemos. En la trinchera del sentido, la sombra de un bufón —que podría ser un presidente electo hace poco en un país como la Argentina— reviste tanto drama como inquietud.
El ojo avizor es aquel que contempla la catástrofe que se avecina y el principio de algo que aún no podemos presagiar. Eso respira este volumen, un hálito de carne podrida, de fin sinfín; de una inercia en hamacarse en las comisuras del infierno.
Dárgelos, La voz de nadie, Sigilo, 2024, 48 págs.
Imagen: diseño de Maximiliano Anselmo para la portada de La voz de nadie.
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