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Hace muchos años, conversando con Chitarroni sobre Thomas de Quincey, me dijo que el opiómano inglés era un escritor anfibio. Esta definición también puede aplicársele a Luis. ¿Qué es un escritor anfibio? Lo primero que se me ocurre es: alguien que mezcla o usa los géneros y los registros con fluidez. Lo segundo: es un excéntrico literario que no se preocupa por ser original pero lo es.
Vayamos al poema “Endriago a la Ducasse”. Citemos los comienzos de la parte I y II. “I. Cuesta blanca parece idea española: conjuga ludibrio y / pleonasmo, / suma y suda, se escurre por el agujerito blando de la sinagoga. Y al fin ―¡por fin!― / se deja en el estrapontín / besuquear por cualquiera. Mi prima Nivaria / bajaba conmigo la escalera. ‘Acude, acude’, decíame, / y finalmente, ‘acúdemela’. Era cubana Nivaria, blanca / la cueva de su esfínter de hormigón, el cabrilleo / de caspa en la enagua almidonada. Fumábamos sin ganas / la mayoría de las veces. Y en verano extrañábamos la escuela”. La primera palabra que me llama la atención es “ludibrio” (burla tenaz que se hace con el propósito de afrentar ―RAE―). Pero detengámonos en la palabra “pleonasmo”. El pleonasmo, también conocido como redundancia, es una figura retórica que consiste en el empleo de uno o más vocablos innecesarios en una frase para el cabal sentido de ella. Por ejemplo: “lo vi con mis propios ojos”. Esta definición de diccionario es correcta pero limitada, porque se están dejando afuera las modulaciones poéticas del término: “lo vi con mis propios ojos” es una frase coloquial muy usada. Sin embargo, en un relato, puede ser la expresión exacta para mostrar la idiosincrasia de un personaje. Y en un poema puede ser un recurso irónico, por ejemplo, o también puede cumplir la misma función que en ese relato del que hablamos. La combinación de “ludibrio” con “pleonasmo” produce lo que podemos denominar “efecto poético”: una burla tenaz que se “conjuga” con una redundancia. Por supuesto que una burla puede ser redundante. Luego, el poema se pone desplazadamente erótico: “suma y suda, se escurre por el agujerito blando de la sinagoga. Y al fin ―¡por fin!― se deja en el estrapontín / besuquear por cualquiera”. ¿Por qué digo “desplazadamente erótico”? Porque la Cuesta blanca que parece una idea española “suma y suda” y al fin “se deja… besuquear por cualquiera” en el estrapontín. Seguidamente, aparece “Mi prima Nivaria” y el poema aumenta su temperatura. Pero no voy a explicar por qué. Deténganse en la palabra “esfínter” y en el juego de palabras “Acude, acude” y luego “acúdemela”. Finalmente, este extracto termina con una tonalidad infantil: “Y en verano extrañábamos la escuela”.
Vayamos ahora a la parte II. “II. Me dirigía a Ducasse, / pero me remitieron a Tennyson, / tan indelicado e indirecto suele ser / el tráfico de almas, / habida cuenta de que / en el regateo se haya perdido la proa, / como ocurrió con la nave de Teseo, / de la que cuento un solo tripulante, / y no es Palinuro”. El conde de Lautréamont y Tennyson. Dos poetas. Uno laureado y otro maldito. Uno longevo y el otro que murió a los veinticuatro años. Pero el poema los menciona como si fueran lugares y no seres humanos. Cuando continuamos leyendo, nos encontramos con Teseo. Y aquí la mente del lector puede expandirse aún más que con la aparición de los dos poetas antes mencionados. Ya que aparece la mitología griega, Virgilio, Plutarco (que escribió La vida de Teseo) y Shakespeare (Sueño de una noche de verano y Los dos nobles caballeros, dos obras en las que Teseo es uno de los personajes principales). Y, por fin, Palinuro. Que fue el piloto de la nave de Eneas desde su salida de Troya tras la destrucción de la ciudad. Otra vez Virgilio.
¿Por qué cité estas dos estrofas de Una inmodesta desproporción? Porque condensan gran parte de la poética del autor. Porque explican lo que quise decir con “escritor anfibio”. Alguien capaz de mezclar tonos, discursos, géneros y al que parecen no agotársele los procedimientos ni las palabras. Un escritor proteico y certero que, en este, su ¿único? libro de poemas viene a cantarnos (¿las cuarenta?) con todos sus recursos y a permitirnos atisbar (a veces descubrir con plenitud) qué es la literatura.
Luis Chitarroni, Una inmodesta desproporción, Mansalva, 2023, 192 págs.
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