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“Hudson escribe como crece la hierba. Un espíritu suave parece soplarle al oído las frases que posa en el papel”, dice el Joseph Conrad vuelto personaje en Viaje a las cosas. ¿No es este el tono con el que escribe aquí Miguel Vitagliano? Suave, amable, y también opuesto a las escrituras adelgazadas hasta lo ínfimo de una intimidad, Vitagliano apuesta todavía por la gran novela e invita al lector, al que acompaña sin jamás abandonarlo, a entregarse al placer de la lectura, donde la trama se nutre de ficción, historia, biografía y crítica.
La novela compone un triángulo entre William Henry Hudson, Joseph Conrad y Robert Cunninghame Graham. De cada uno sabremos sus aventuras de infancia y juventud: el contacto decisivo de Hudson con la naturaleza mientras habita las casas familiares en la zona rural de la provincia de Buenos Aires; la vida de marino de Conrad con sus barcos y puertos; las andanzas con los caballos de Graham, cowboy en Estados Unidos y gaucho en Argentina. Ya de adultos, la amistad como escritores ingleses, tras haber dejado atrás sus lenguas (rioplatense, polaca) o su cultura (escocesa).
Pero es Hudson el eje de toda la trama. Con su viaje a Londres desde la Argentina, “la tierra a la que decidía no regresar” —quizás porque el paraíso perdido que construye la nostalgia del inmigrante se transforma así en la fuente de su escritura—, la novela comienza a abordar su obra combinando ficción y crítica. Por eso, el narrador encuentra motivos previos que pudieron provocar la idea de cada historia, de cada ensayo; sigue el proceso de escritura, publicación, repercusiones y hasta de traducción; narra argumentos cediendo su voz a la original; e incluye hipótesis: ¿es Mansiones verdes el reverso de El corazón de las tinieblas? (“un mismo mundo desde perspectivas radicalmente distintas”); ¿Borges escribió “La intrusa” a partir de un cuento de Hudson?
Vitagliano, además, recorre todo lo que la obra de Hudson generó hasta hoy y así ensancha y a la vez comprime el tiempo, va al pasado sólo para volver al futuro, que es este presente. Entonces, no están únicamente las biografías escritas por Luis Horacio Velázquez o Alicia Jurado; los comentarios de Borges, Martínez Estrada, Ricardo Piglia, Ezra Pound o Raymond Williams; las versiones fílmicas de Allá lejos y hace tiempo y de Mansiones verdes; las ediciones de la Biblioteca Ayacucho y de DC comics. También los recorridos críticos sorprenden con derivas que pueden terminar en la música de Astor Piazzolla, las pinturas de Carlos Alonso o la advertencia de Hudson sobre la expansión industrial del siglo XIX, que lo ubica casi como un ecologista en el siglo XXI. Así, uno de los momentos más reveladores del procedimiento de Vitagliano es la asociación entre la huella, por la que Hudson regresa a caballo desde Buenos Aires a su casa en Quilmes delirando de fiebre, y la ruta, por la que sus secuestradores llevan y torturan a Adriana Calvo de Laborde en 1977.
Al poner en paridad a Hudson con Cunninghame Graham y Conrad, Vitagliano ubica al argentino en el mapa literario mundial e interviene en la discusión sobre su lugar dentro de la literatura nacional, pero, además, como las capas literarias son también capas históricas y políticas, gracias a esas derivaciones críticas, detrás de Hudson ingresa también al mundo la cultura argentina.
Si lo cortés no quita lo valiente, la amabilidad y el entretenimiento no quitan el riesgo y el rigor intelectual. Viaje a las cosas es una gran novela.
Miguel Vitagliano, Viaje a las cosas, Edhasa, 2023, 456 págs.
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