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Vuelta encontrada resulta difícil de clasificar; se trata de un conjunto de textos que navegan entre el relato y la poesía, unidos por el protagonismo del marino Juan Gonzaga, en muchos textos capitán, piloto en muchos otros. Gonzaga es un hombre de otro tiempo, más cercano al siglo XIX que al siglo XX. Ahí reside su poder de atracción. Si hubiese que definirlo brevemente, se diría que Gonzaga es un acopiador de experiencias; y toda experiencia es travesía que culmina en una transfiguración del sujeto. Porque Gonzaga no es un mero asistente al espectáculo del mundo, es un espectador en posición de alerta.
Todo acopio exige un inventario; el libro avanza, pues, regresando en el tiempo. Comienza con la llegada del capitán Juan Gonzaga al legendario hotel Marino, obligado a permanecer en tierra tras un incidente con el carguero Desdémona, del que asume “toda la responsabilidad”. Continúa con episodios del pasado, otros barcos (el Capitán constante, el Sembrador, el Hornero), otras historias, de cuando era un joven piloto, de cuando era ya un capitán experimentado. Capítulo a capítulo vemos iluminarse nuevas zonas de la personalidad de Gonzaga, un hombre moral siempre en entredicho con los dueños de los buques, un marino que apoya su trabajo sobre la certeza de que “no es el mar […] lo que pone a prueba la intrepidez, la pericia y el equilibrio de los navegantes”.
La prosa de Duizeide, de ritmo moroso, es tersa y segura, rica en matices léxicos, inhabituales en nuestro presente de prosas impostadas y desprolijas; es el ritmo de la navegación marítima, gobernada con maestría, allí donde lo vasto, como en los viajes por la pampa o el desierto, amenaza con la fantasía de la detención (“Todo barco es una cárcel de ilusos reclutados por la libertad”), un efecto que se conjura con pequeños fenómenos, como anclajes en la cordura, que por eso mismo adquieren grandiosas proporciones, al tiempo que entrañan un peligro, muchas veces metafísico (se habla de “vuelta encontrada” toda vez que dos embarcaciones navegan, riesgosamente próximas, a rumbos opuestos): una manada de ballenas muertas, una tropa de caballos al galope, una bandada de pájaros en altamar, la muerte de un marinero invisible.
En uno de los últimos relatos, “Acerca de cosas que por agua se ven”, una lluvia de estrellas fugaces desencadena una alucinada puesta en abismo que convierte el presente en una suerte de remota muñeca encerrada en otras. Por esa percepción alterada del tiempo es válido que el libro se inicie con la meditación de un epitafio: “Viajero que pasas por la mar sin caminos ni tumbas, toda ella camino y tumba, no deplores: el que he sido prefirió el exilio a la reverencia, el que ya no está prefirió la astucia lenta de las lenguas muertas, a pronunciarse en cualquier lengua esclava”.
Frente a la socorrida metáfora del río en la literatura argentina, que siempre está yéndose, Vuelta encontrada propone un regreso al mar, que es por definición lo que permanece. Duizeide ha escrito un libro de efectos perdurables en el lector contemporáneo que ve de pronto cómo, donde parecía haber un monótono vacío, asoman palos y velamen.
Juan Bautista Duizeide, Vuelta encontrada, Leteo, 2023, 192 págs.
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