Occidente después de la lluvia. A cien años de 1922

Literariamente hablando, Buenos Aires ha sido objeto de un sinfín de operaciones a cargo de diversos —muy diversos— proyectos autorales: desde El traductor de Benesdra a los cuentos porteños de Fogwill como “Dos hilitos de sangre”, la ciudad parece dejar una huella indeleble en quien logra adentrarse en sus singularidades. Fundada mitológicamente o concebida desde la velocidad tecnológica del centro, experimentada en horas crepusculares o arrasada por intemperies que la han retrotraído a sus comienzos remotos: sea como fuere, resulta difícil pensarla, para decirlo con Juan Bautista Duizeide, fuera del territorio de la lengua. Con La ciudad invencible, la uruguaya Fernanda Trías (Montevideo, 1976), que acaba de alzarse con el premio Sor Juana Inés de la Cruz por su novela Mugre rosa, postula su propia, su personalísima Buenos Aires. Bestia multiforme de altos edificios de luces artificiales e infinitos carteles publicitarios, en ella los transeúntes fantasmales avanzan apresurados y cabizbajos. El ruido del tráfico ensordece. La cabina de un avión asoma entre las nubes pesadas. Y las flores de los jacarandás, aplastadas por los autos, manchan el asfalto con su sangre azul. La protagonista de la novela se desplaza por la ciudad buscando alquiler, una casa segura para refugiarse de “la Rata”, un exnovio enfermizo, tóxico. Buenos Aires, sostiene la voz narrativa, es “una construcción hecha de personas, de afectos”; se comprende, así, que la atmósfera hostil y sombría de la urbe emane del miedo hacia la Rata, que parece acechar, casi ubicuamente, en cada esquina mal iluminada, detrás, incluso, de cada mail de dudosa procedencia. Por suerte, existen amigos y amigas —Ricardo, Baigorria, Marita— que purifican el aire, que oxigenan la mente.
Como si retomara y expandiera la concepción de Duizeide, los límites del territorio en Trías abrazan la ficción. Al constatar la decepción ante el encuentro con ciertos lugares célebres de la ciudad (la casa de Borges y la de Pizarnik, el Parque Lezama), la narradora afirma: “La literatura de Buenos Aires es Buenos Aires”. Aunque —prolija discípula de Levrero— Trías podría, a su vez, afirmar: las imágenes de Buenos Aires son Buenos Aires. Porque son ellas, articuladas en un tiempo espiralado, las que ofrecen la experiencia íntima de la narradora. La vivencia de una ciudad, como asegura al voleo un personaje, que es capaz de digerir a cualquiera, no sin antes, claro, masticarlo.
Fernanda Trías, La ciudad invencible, Marciana, 2021, 114 págs.
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