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¿Cómo zurcir una cita con otra ocupando la prosa como hilo y aguja? Una prosa de hilo y aguja, partir por ahí. La palabra “ruina” reluce en las citas de este libro como una perla. Son ecos del mismo título. Quizás el ejercicio no sea constatar episodios de la ruina, sino ensayar en torno a esta palabra. Pues no es un libro estrictamente histórico. ¿Uno sobre el concepto de ruina acaso? No me atrevería a enmarcarlo en ese lienzo. Lo interesante aquí es cómo el autor desaparece tras las citas, las cuales son las verdaderas ruinas. Cómo las citas operan de muro de contención de la nada o bases de béisbol por las que corre el autor con su prosa rumoreada, que se desplaza entre ellas como un viento.
El método descrito se entiende cuando se conoce la labor poética del autor. ¿Y si las citas operaran como versos y la prosa como los silencios o espacios en blanco que hay entre una y otra? Más que tallar el silencio, su función es brindarle talle, una apariencia concreta. Una labor muy parecida a la de las montajistas de la época de Griffith, quienes en las catacumbas de la industria cinematográfica daban sentido a la narrativa del incipiente arte, utilizando tijeras y pegamento. El trabajo de tejer un chaleco o zurcir una tela rasgada, creo, tiene los mismos tenores.
Asimismo, se cumple en este rumor la citada premisa borgeana: en el Corán no se nombran los camellos. Se oye la provincia en su prosa. Incluso, sin los textos que aluden a su natal Talca, se rumia ese espíritu. Una levedad, una lentitud. Recuerdo a todo esto un sitio en el manto de un cerro en Valparaíso al que llamaban (o llaman) “las ruinas”. Era un lugar cercano a los bares y frecuentado en el cenit de la madrugada por las gárgolas porteñas. Allí se llevaban (o llevan) a cabo varias de las actividades que el autor propone al final de su libro, pero sobre todo “masturbarse y llorar”, como alentaba también a hacerlo sobre una montaña de basura José Sbarra en Plástico cruel. Porque entre la ruina y la basura se confunden los corazones rotos. Se tornan indetectables. Se disuelven.
Una diferencia entre las ruinas y la basura es su visibilidad. Las ruinas constatan un pasado y son inamovibles de su sitio a menos que les construyan encima; en cambio, la basura se oculta para permitir que el presente se muestre impoluto. Por ello, como señala en los agradecimientos, es hermoso el gesto del autor de entregar el libro a su hermano a modo de explicación de su inocente delito de juventud: penetrar una casa en ruinas y robar el letrero “PELIGRO-DERRUMBE” para colgarlo en el living. Hay en él un matrimonio entre el pretérito y el porvenir. Una invitación a recorrer las ruinas de la mano. Su prosa de hilo y aguja cumple esta función con el lector: religar. Imagino a su hermano leyendo este libro una noche talquina, en el alféizar de su ventana, con un cartel de demoliciones de fondo, formulando poco a poco una idea concreta sobre la extinción, sobre la caducidad, sobre el fin. Una pedagogía necesaria.
El libro del que hablo fue escrito por Jonnathan Opazo Hernández.
Jonnathan Opazo Hernández, Ruina, Bifurcaciones, 2021, 127 págs.
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