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La infancia del mundo

Michel Nieva

LITERATURA ARGENTINA

Volvió la ciencia ficción, lo pulp, el camp, el kitsch, el encuentro casual de lo alto con lo bajo. Volvió la recombinación de registros, la lectura anabólica de mil géneros al mismo tiempo, el escupitajo humorístico que lo vuelve legible y ameno al mismo tiempo. Volvió Tito Livio, acaso volvió Heráclito, y con ellos la sucesión de lecturas que se apilan unas sobre otras: en el marasmo de narrativas sinceras, entumecidas bajo una emocionalidad apenas oblicuamente política, volvió una apuesta y un redoble por la imaginación y la ambición literaria.

Miles de ojos de Maximiliano Barrientos, Un verdor terrible de Benjamín Labatut, las obras de Carlos Fonseca o Juan Cárdenas y, ahora, La infancia del mundo de Michel Nieva imponen en el marco homogeneizado de la literatura latinoamericana una nueva línea de maximalismo cosmopolita, que se pregunta por y piensa el presente desde un pasado o una futuridad dislocada. Escrita como una novela fragmentaria que ocurre entre dos adolescencias vividas al borde de la desintegración global, La infancia del mundo es un relato atomizado de influjo gauchesco, con una lengua contemporánea obcecada en un futuro del deshielo inundado de violencia, libido y gore.

No hay apocalipsis, sugiere Nieva en La infancia del mundo, sino más bien una concatenación de tragedias que consagran la pubertad —ya de por sí un evento traumático— como un suceso doloroso, confuso e influido por un marco político por demás cruel. Narrada a fines del siglo XXIII, la mayor parte de la novela ocurre en una línea temporal finita que se desdobla entre el niño dengue (a veces, también, la niña dengue), una suerte de mutante poliepidémico en el centro del Caribe Argentino, y El Dulce (a quien a veces tiene uno la tentación de llamar “Il Duce”), un borrego tiránico que trafica cajas como pasero en el Canal Interoceánico de la Pampa. Con una sensibilidad que vacila entre Kafka y un terrorista de izquierda, entre Nabokov y Borges y el Unabomber, entre el ecofascismo y un delirio paródico a lo Les Luthiers, quizás también entre una consola de Nintendo y Lamborghini, el niño dengue y El Dulce se desenvuelven en una enemistad trágica que le permite al narrador desplegar una serie de personajes perdidos y embobados tanto por la corriente agresiva de la adolescencia como por la del fin del mundo —que sucede, una y otra vez, not with a bang, but with a whimper.

Al mismo tiempo que la narración desglosa las historias de el niño dengue y El Dulce, Nieva despliega una serie de catástrofes y reestructuraciones del país y el mundo como los conocemos, ocurridas en los dos siglos anteriores y acaso no demasiado alejadas de la realidad. La novela indaga así en los deshielos antárticos, en la continua creación de Estados nacionales postapocalípticos, con sus mitos y sus banderas y sus geografías icónicas, se mete de lleno en la destrucción y refundación de Buenos Aires (hay en el libro más de una gema borgeana), la concesión del terreno argentino al Reino Unido para pagar la incalculable deuda externa y la acumulación de plagas y mundos posteriores al planeta Tierra que responden, en última instancia, a la sed del capitalismo de cotizar la tragedia. Con una narrativa de ímpetu inagotable, cada frase de La infancia del mundo es un caramelo. El único defecto de la novela, acaso, es el embelesamiento de la voz con sus propias ideas: como si, encontrando el goce en cada descripción que se desdobla como una nueva dádiva sci-fi, la trama pasara a segundo plano en aras de la descripción de un mundo y el erotismo bobo del apocalipsis.

La infancia del mundo se encuentra plagada (se contagia, viraliza y muta incontables veces) de una crítica clara a la industria farmacéutica, una mirada lúdica sobre el cambio climático y un lenguaje que vacila entre el morbo, la gauchesca posmoderna y la sucesión de chistes casi escatológicos sobre la adolescencia (en su doble acepción: caca y apocalipsis). En sus páginas, aparecen una Antártida perdida que mitifica el glaciar como espacio nacional y videojuegos que mimetizan la conquista del desierto o en cuya escalofriante realidad sus adolescentes se pierden, se reinventan y buscan entender con una mirada intuitiva y sólida los enjambres hacia los cuales el mundo se dirige. La infancia del mundo es una novela iconoclasta cuya fuerza radica, por encima de todo, en la apuesta esperanzada y juguetona por la potencia absurda de la prosa y la imaginación.

 

Michel Nieva, La infancia del mundo, Anagrama, 2023, 168 págs.

30 Mar, 2023
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