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Por las ramas

Gabriela Franco

LITERATURA ARGENTINA

Bajo el auspicio de sus dos epígrafes, uno de Irene Gruss y otro de Mirta Rosenberg, el libro de Gabriela Franco va a ir puntuando un recorrido de preguntas, ubicado en esa línea sutil de la poesía que tiene que ver con el pensamiento o el salto conceptual inesperado y que las dos poetas nombradas pulieron a contrapelo de su género. Son cincuenta poemas que impactan por la cuidadosa elección léxica y formal.

Si los versos iniciales de Gruss “uno no puede hablar / tan fácilmente” inician al lector en la idea de lo poético como una cierta opacidad del lenguaje, esa opacidad tiene que ver aquí no con el recurso a palabras poco habituales, ni a frases largas y complejas por la sintaxis, sino, de manera mucho más sutil, con el corte de verso como apertura del sentido. La poética de Franco insiste en explorar el lenguaje, exhibiendo contradicciones, analogías, puntos ciegos de la significación, por el expediente rítmico y por la yuxtaposición analógica de frases (muchas veces frases hechas, esas que se dicen sin pensar) que se cuestionan, así, unas a otras, se desdicen o se complementan; en todo caso se vuelven extrañas y obligan a ser percibidas y pensadas nuevamente: “Hay esfuerzo por / no bajar la guardia, levantar / banderas, tararear o emitir / un grito: adiós o / tierra, se dice mientras / se clavan los ojos / en el espejismo”. En este pequeño ejemplo se concentran múltiples recursos: la antinomia entre bajar y levantar que conviven en el mismo verso (y la segunda frase hecha parece convocada por la primera), el corte de la frase “levantar banderas”, las similitudes y diferencias entre tararear y emitir (subrayadas rítmicamente por su ubicación entre dos silencios, el sintáctico de la coma y el de final de verso), el juego entre el grito y el adiós, que se yuxtapone a las tensiones entre una despedida y un arribo al gritar “tierra” (y otra vez la segunda frase parece venir por un llamado de la primera), y el remate de la futilidad del decir en el impersonal “se dice” multiplicada por la idea de ver lo que no es, en el espejismo. Esta progresión lleva a dudar de cada uno de los elementos, para anegar finalmente toda posibilidad de certeza en el espejear de los sentidos de cada uno de ellos que hace estallar entonces el espejismo del sentido único.

El espejismo es el del lenguaje, pero también el de la vida. La poesía, y esta en particular, juega a la apertura, o la diseminación de lo sabido o lo que se cree entender, y el ritmo voluntariamente entrecortado de los versos, en estos poemas también breves (alrededor de diez versos la mayoría) es lo que da el tiempo para que el silencio oficie de viento que desparrama las semillas de la significación. Se pregunta entonces por el lenguaje y por la poesía, pero esa pregunta se solapa todo el tiempo con la pregunta por la vida misma y sus matices: el motivo, los signos, la costumbre, el acontecimiento, el amor o la espera. Para eso deja resonar lo impersonal, el infinitivo, elude lo obvio, el adjetivo y el pronombre, y pule el lenguaje como si fuera una piedra, avanzando desde lo mínimo para extraer lo máximo: la indeterminación (del tema del poema, del lugar de emisión de la voz, del objeto del discurso) decanta como la mayor justeza. La que le da al poema la posibilidad de rozar una verdad, de cintilar como la sortija de la calesita, de ser esa moneda que no cae ni de un lado ni de otro, sino que, suspendida en el aire, muestra la intermitencia como forma de ser. Es así como “hace senderos donde / no hay camino”.

Sobre todo porque no hay frases sentenciosas: la madurez poética consiste en haber arribado a esa preciosa incertidumbre e “invita a perderse en la selva / de la respuesta; a irse / por las ramas”.

Gabriela Franco, Por las ramas, Ediciones en Danza, 2023, 70 págs.

6 Feb, 2025
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